VOLUNTAD DE APRENDER
Para la perfección de las actitudes en la vida es necesario implicar las potencias intelectuales de la persona humana, como son el razonamiento y la voluntariedad. Se da por supuesto que las capacidades mentales, la percepción y la memoria, se disponen espontáneamente siguiendo la exigencia de la actividad intelectual. La razón y la voluntad son dos facultades libres de la personal, aunque para las actividades de primera necesidad de subsistencia y relación operen al modo de hábitos adquiridos. Cuando el fin de la actividad es adiestrarse en una materia aleatoria, tanto la razón como la voluntad actúan de modo libre haciendo que ese adiestramiento sea proporcional al interés de la razón y a la determinación de la voluntad. Esto hace que la disposición de cada persona en aprender condicione los conocimientos con los que desarrollar su trayectoria profesional.
El querer saber no es una intención suficiente para ampliar el conocimiento si no va acompañado del querer aprender, que supone el esfuerzo de la voluntad y el acertado ejercicio de la razón para lograrlo. Esta diferencia se aprecia muy claramente en los estudiantes, pues los hay que quieren ser ingenieros, así lo desean, y los que se determinan a estudiar para ser ingenieros. Todos ellos se apuntan en la universidad, pero sólo los segundos, llegan a graduarse. La voluntad de aprender no se identifica con un genérico afán por saber, sino que debe estructurarse como una disposición para organizar toda la actividad de la persona para lograr el fin efectivo de progresar constantemente en la adquisición de esa perfección intelectual. Ello implica, por ejemplo, la disposición del tiempo efectivo dedicado al estudio, el acceso a los recursos técnicos que requiera la materia, la adquisición de los manuales donde se explique la ciencia y la técnica específica de la materia a aprender. Si la voluntad no se apresta a ello muestra su debilidad para alcanzar el objetivo.
Como estudiar consiste fundamentalmente en aplicarse a razonar, es necesario que la voluntad exija del intelecto de la persona que se experimente en el hábito de la conclusividad racional, que consiste esencialmente en descubrir las causas y las aplicaciones del interrogante que plantean las progresivas y complejas proposiciones de cada materia.
Tanto la voluntad como la capacidad de la razón para abstraer y deducir en cada persona están marcadas en una horquilla en su intensidad y en su cualidad, de modo que aunque la voluntad de aprender es común a todos los seres inteligentes, el cuánto, el cómo y el modo de aprender debe ser ajustado a su personal modo de ser, de forma que la voluntad se oriente en primer lugar a conocerse y en evaluar la idoneidad de la propia razón para acometer unas y otras tareas intelectuales. La voluntad, por tanto, no debe regir sólo la intensidad del aprendizaje, sino también el ajustar la proporcionalidad de la tarea que se acomete a las cualidades innatas de cada individuo.
Muy posiblemente la voluntad necesaria en el esfuerzo por aprender no se pueda medir objetivamente por la categoría de conocimientos del fin propuesto, sino por la constancia para progresar en el estudio de cualquier materia cualificándose en la misma como un eficiente perito.