SALVAR LA VIDA
El aumento de la demografía en el mundo está tan vinculado al número de nacimientos como a la longevidad de la vida, siendo la perspectiva de conjunto de ambas la que podría llegar a plantear no tanto si se llegará a caber en el planeta, sino si la regeneración de su naturaleza podrá asumir el desgaste que le llegue a proporcionar el crecimiento futuro de la humanidad.
Como sujeto de derecho, todo humano vivo reclama el de vivir tanto como la ciencia se lo consiga, y habiendo ésta logrado en pocas décadas progresos importantes la perspectiva de vida ha aumentado en los países ricos de modo espectacular. No sólo se vive más años, sino que se viven en mejores condiciones, lo que ayuda a vivir en la tercera edad con bastante actividad.
Lo que en referencia a cada particular supone una considerable buena ventura, no lo es tanto si se analiza el impacto ambiental de la demografía. Muchos más a contaminar, a producir residuos, a consumir dañan la naturaleza del planeta si no se plantea una política científica de regeneración paralela a la ciencia aplicada en prolongar la vida de los seres humanos.
Es de hacer notar que el auge del interés por la conservación de la naturaleza ha crecido en los países ricos paralelamente a la prolongación de la perspectiva de vida de su población porque, aunque en los últimos decenios se moderó la tasa global de natalidad, la expectativa de vida y el aumento del consumo alertó del daño que se está infringiendo al planeta. Vivir más y mejor ha sido el anhelo permanente de la humanidad, pero ahora que comienza a hacerse realidad salta la alarma de que aunque a nivel individual pueda ser una realidad, considerando toda la humanidad quizá no pase de una utopía.
Es muy importante destacar que la vida humana científicamente se considera un hecho extraordinario en la naturaleza, pues la incidencia de fenómenos que han hecho posible su realización representa un porcentaje muy bajo de posibilidad, por lo que parece que el interés de la conservación de la especie debería primar sobre el interés particular de extender su existencia tanto más cuanto sea posible. Cada vez son más los clamores para la conservación de la naturaleza, pero pocos van ligados a solicitar del resto de la humanidad un comportamiento ejemplar obligatorio que sostenga la conciencia colectiva contra la amenaza mundial. Salvar la vida de la Tierra es algo que concierne a los humanos como la única posibilidad viable de supervivencia y, por tanto, encarecer su conservación más que la vida propia no es un desatino moral sino una exigencia ética. La cuestión que se planteará en un futuro no muy lejano sobre el crecimiento demográfico vendrá especificada por la oposición entre natalidad y perdurabilidad, pero, por lo que hoy se contempla, el envejecimiento de la población reclama demanda de natalidad para equilibrar la balanza de los servicios. Y así, algunos Estados que han aplicado estrictos controles sobre la natalidad comienzan a levantarlos asustados por la penuria económica de una sociedad consumista con menor porcentaje de personas en condiciones de producción. Pero lo que se escapa a la mayoría de los analistas es que el mayor peligro no radica en si se pondrán mantener mejores condiciones de vida en el futuro, sino si el efecto de ser muchos más alterará las condiciones medioambientales modificando la naturaleza que hace viable la vida en la Tierra. Hasta cuántos miles de millones de personas admita el planeta dependerá también de los hábitos de vida conservacionistas que se institucionalicen y de la premura con que se pongan en práctica.
Pensar que será el poder de la medicina el que garantice la vida para cada persona, algún día dejará de ser obvio para considerar que dependerá más de que los físicos acierten a corregir los graves daños infringidos a la naturaleza del planeta. Puede que los que más lo acusen sean las nuevas generaciones inocenes del desacertado hacer de sus antepasados.