EL ESPACIO PRÓXIMO
Frente a los grandes programas de sostenibilidad del medio ambiente que discuten los gobiernos de los países, existe una responsabilidad parcial e intransferible por la que cada persona debe gobernar con acierto su entorno para hacer posible un modo respetuoso con la naturaleza. Se podría pensar que lo que cada uno puede hacer es insignificante a cuanto contaminan las grandes industrias, pero existen razones sumatorias por las que toda acción ecológica ayuda no sólo con la parte proporcional de cooperación directa sobre la naturaleza, sino que también constituye una concienciación difusiva que puede multiplicar su efecto lenta pero progresivamente. Cada persona y cada acción tienen valor, porque son los individuos singulares quienes eligen a los gobiernos y quienes marcan tendencias de consumo en la sociedad.
Existe un espacio próximo a cada ciudadano en el que él es el único responsable de la idoneidad en la conservación de la naturaleza. Consumir más o menos energía, regular su sistema de calefacción, elegir métodos de movilidad, la selección de su alimentación, la eficacia del aislamiento en su vivienda, los hábitos para el adecuado tratamiento de residuos, la planificación de sus viajes de vacaciones, y tantos otros aspectos de su vida pueden acometerse desde una perspectiva frívola con la naturaleza o comprometida con el conservacionismo. Ese primer y próximo espacio de cada uno es un reducto al que sólo indirectamente transcienden las políticas globales, quedando a la responsabilidad personal el influjo sobre esa parte de la naturaleza por las personas que lo disfrutan. La suma de todos y cada uno de esos espacios constituye el conjunto del planeta, por lo que cuanto se haga en cada mínima parcela de la naturaleza suma o resta en el cómputo de la conservación global.
Es muy posible que las responsabilidades sean muy dispares entre el espacio próximo que gobiernan unos y otros ciudadanos en una y otra parte del mundo, pero a todos concierne la misma intensidad de conciencia responsable, aunque sean menos los que más deban rectificar en función del grado de perturbación que, por su consumo, transmiten sobre la naturaleza. En cada situación la acción puede que sea distinta y corresponde a cada cual en primer lugar observar los dictados de sus gobernantes con espíritu de colaboración social, pero también ser ambiciosos en conciliar una vida ecológica mucho más allá de lo que las leyes imponen, porque esto será un mínimo poco exigente.
La conservación de la naturaleza en el propio ámbito de vida no ha de observarse como una restricción de vida, sino como una integración de la manera de hacer que favorece la misma. Esa percepción de que la ecología limita la libertad del hombre representa sólo una de las caras de la moneda, pues la otra de conseguir un espacio habitable más perfecto es mucho más reconfortante, porque encarna el deber de respetar y fomentar el destino natural de la persona humana. Piénsese lo mucho en que puede ser gratificada la persona por plantar uno o varios árboles, o por utilizar menos el automóvil y ejercitarse en la práctica de caminar, mejorando su sistema cardiovascular. Disponer de una vivienda adecuada a la real necesidad de cada periodo de la vida representa muchas veces no sólo un ahorro de energía, sino también tener que emplear menos esfuerzo en la limpieza y la conservación.
Quizá cueste desterrar de la imaginación la publicidad que transmiten algunos medios de comunicación, porque muchas veces el seguimiento de esos modelos es la causa de un derroche económico, pero también de una contribución en contra al beneficio ecológico del planeta, ya que al consumir lo que no se precisa se gasta inútilmente toda la repercusión energética y contaminante de la elaboración, transporte y reciclado de ese producto. La moderación en el consumo repercute casi siempre en una menor contribución a la degradación del planeta y en esa tarea casi todas las personas se pueden aplicar.