PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 49                                                                                           MARZO - ABRIL  2010
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FAMILIA Y JUSTICIA

 
Algo que muchas personas no aciertan a conciliar en la vida es la pasión por la familia y el ejercicio de la justicia. La familia, como la prolongación del yo, de natural reclama la máxima atención y la máxima condescendencia, tanto o más cuanto uno se quiere a sí mismo. No obstante, el amor a sí mismo debe ser moderado por la justicia, de modo que nadie perturbe el derecho de los demás en el afán del cuidado de lo propio. Incluso se podría decir que toda transgresión a la justicia tiene su causa en un amor propio desproporcionado, que genera anteponer el bien querido al bien ofrecido. Así, las relaciones humanas se perturban viciándose en que cada parte doblega en función de su poder el interés de la relación con detrimento del más débil, porque aunque todos puedan obrar parcialmente procurando su propio interés, quien tiene más poder es quien realmente desequilibra la balanza de la justicia hacia sí.
Es muy común que la familia se considere un sector de relación independiente de la sociedad, y así se valoran las relaciones de justicia aisladas del contexto social. Se servirían unos miembros a otros de la familia, valorando la justicia en cuanto cada uno ofrece más de lo que espera alcanzar. Es especial muchos padres empeñan su existencia en procurar lo mejor para sus hijos, considerando que superan lo que les exige la justicia tanto como les empuja a excederse su amor.
El conflicto aparece cuando ha de superarse la percepción de la familia como un núcleo aislado de la comunidad, y someter al juicio de la propia conciencia si los desvelos familiares no dificultan la disponibilidad en el empeño debido de cada persona hacia los restantes individuos con los que comparte comunidad, y hacia quienes les unen derechos y obligaciones que no pueden ser obviados por la atracción del entorno familiar.
Se debate con frecuencia el lugar que debe ocupar la familia en la sociedad, y se acierta más o menos en su ubicación estructural en función de la conveniente implantación en el grupo familiar de la estimación de la igualdad de derechos que deberían prevalecer en la comunidad. Cuanto más se reivindica la independencia de la familia, más lejana es la posición en que se sitúan las personas para tender al equilibrio en el efectivo ejercicio de una igualdad de oportunidades entre los hijos de las distintas familias de la comunidad. Y ello porque la independencia atenúa las relaciones y diseña un proceso autónomo para cada grupo familiar. Relajadas las relaciones que sostendrían el equilibrio de derechos, desaparece la justicia que pueda velar por su ecuánime aplicación. Ese afán individualizador de la familia configura una sociedad de la competencia, en la que, más que los hijos, luchan los padres para situarlos en las posiciones de privilegio.
Quienes enaltecen el valor de la familia en la sociedad con mucha frecuencia olvidan que los valores en los hijos se infunden más con la actitud que con el dictado, a así cuando se ignoran los valores de justicia social por el incontrolado cariño con que cada padre y madre contempla  a sus hijos, se está criando a éstos lejos de la exigencia moral de instruirlos en la efectiva consideración de una justicia que ampare a todas las personas para desarrollarse en la sociedad con igualdad de oportunidades, para hacer valer su talento y su esfuerzo por lo que valen en sí  y no por lo que les prima su posición familiar.
Discernir que la reivindicación del ejercicio de los derechos a la libertad de la unidad familiar no se identifica con la de la perpetuación de los privilegios debe entenderse desde la integración de un papel activo de la familia en la sociedad, cuya actitud se oriente a la mutua colaboración entre las familias para que en todos los estamentos de la educación se asuman y respeten las exigencias de una justicia que provea la efectiva aplicación de igualdad de derechos para todos.