PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 49                                                                                           MARZO - ABRIL  2010
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EL EQUILIBRIO SOCIAL

 
El siglo XX representa para la sociedad del siglo XXI un referente histórico que muestra cómo las tendencias extremas perturban la posibilidad del concierto universal hacia el desarrollo en la paz. Las numerosas experiencias  de orientar el mundo desde planteamientos únicos -persiguiendo organizar la sociedad sin atender la opinión ajena- generó un siglo de crueles guerras y de monopolios ideológicos que deberían prevenir a los sociólogos del nuevo siglo para buscar el equilibrio entre las tendencias por la aproximación de los idearios y no por la imposición de los roles de poder, porque ello muy posiblemente representa la represión de media humanidad por la otra dominante.
El siglo XX resultó ser la consecuencia de enfrentamientos históricos, entre los que se pueden destacar:
  1. La lucha entre el capital burgués y el proletariado.
  2. La lucha entre el dominio aristocrático y la garantía de igualdad estatal.
  3. La lucha entre el radicalismo religioso y la libertad de conciencia.
Estos tres enfrentamientos se encuentran trasversalmente presentes en todos los crueles conflictos del siglo, aunque aparentemente en cada uno de ellos se manifieste como detonante uno de ellos. Las tres oposiciones enfrentan concepciones que se realimentan ideológicamente desde la intolerancia para negarse a reconsiderar sus contenidos de verdad cuando el marco de la convivencia las expone a las contrarias. Precisamente, para no ceder en lo que pudiera interiorizarse como debilidad, los extremismos indujeron a multiplicar la violencia de su disciplina interna, hasta generar en la lucha armada la expresión propia de su anhelo imperial.
Todas y cada una de las tendencias se construyen como el baluarte de la humanidad, con una misión histórica redentora y definitivamente liberalizadora, a pesar de percibir cómo sus métodos hacían víctimas a cientos de millones de personas. Cuanto más poder se consigió, mayor fue la euforia para la aniquilación de todo cuanto no se sometía al dictamen de una única concepción social.
Muy posiblemente no hubo juicios objetivos sociológicos relevantes hasta el último cuarto de siglo, cuando en cada ideología surgió una masa crítica incontestable por redifinir las condiciones de verdad de su propia ideología, y la conciencia universal de que todo progreso de la humanidad debía encaminarse en redimirse globalmente mediante la distensión que favoreciera hallar los contenidos de verdad que cada ideología presentara.
Se puede pensar que el siglo XX concluye con mejores intenciones entre los ciudadanos que logro de sus políticos, porque disimuladas en las estructuras de convivencia perviven los dominios de interés por la hegemonía mundial. Hay que reconocer que algo se ha progresado en la diplomacia internacional y que los albores del siglo XXI se han presentado más dubitativos de lo que cabría esperar.
La lección del siglo XX parece que no se haya aprendido correctamente, y que en la superación de las radicalizaciones está mucho del juego por el porvenir. Ser más fuerte en la argumentación y revisar permanentemente los criterios para certificar su validez global -o sea, a los próximos a la ideología y a los contrarios, a los aliados y a los no alineados, al norte y al sur- es lo que debería marcar un impulso trascendente en la aproximación de las ideas que muevan a los dirigentes que puedan liderar un equilibrio de poderes, no sustentándolo en el miedo al poder destructor del contrario, sino en la cooperación por alcanzar formulaciones políticas asumibles por más y más población, porque, aunque sea con merma de poder, garantizan que la protección más generalizada de derechos conducirá al progreso común.
El bien común que sustenta toda la filosofía social es el objetivo último de todo desarrollo en paz. Ese bien para unos y para los otros -los ideológicamente opuestos- hasta el siglo XX no ha sido logrado, ya que, cuando dos partes enfrentadas reivindican el bien, hay que considerar que el bien común se encuentre en una posición intermedia, o sea, en aquello que ofrezca interés para las dos partes, aunque evidentemente no sacie plenamente las perspectivas de bien de cada una de ellas. Ese espacio común es el que debe constituirse en el objetivo prioritario de una política de progreso hacia la paz, porque corresponde precisamente a esa experiencia vital ampliar progresivamente su fuerza de atracción adhiriendo voluntades y conciencias al esfuerzo común.
Ese espacio muy posiblemente se halla entre la articulación distributiva de un nuevo capitalismo y la promoción permanente de los trabajadores a su servicio; en la solidaridad comercial entre los pueblos desarrollados y los emergentes;  en la tolerancia entre religión y ciencia; en la democracia que se enriquece con las muy variadas aportaciones; entre la regulación del Estado y la iniciativa social; en la garantía social de una igualdad de oportunidades; en el respeto intergeneracional. Un equilibrio que suscite tanto el interés de los ciudadanos, que se alejen perpetuamente de las opciones de dominio de unos por otros, y alienten hacer de la política un arma de mutua colaboración para atender los conflictos humanos con humanidad.