INTRANQUILO Y FELIZ
Uno amigo me contó días atrás su permanente intranquilidad, aunque ello era, insistió, una de las razones en que veía justificarse su felicidad. Ante semejante paradoja o tuve sino que pedirle explicaciones, porque, a mi parecer, la intranquilidad conlleva una alteración nerviosa con la que no casa la consideración de sentirse feliz.
- Pues veamos y analicemos -me dijo-. Lo que mueve mi intranquilidad es que en el mundo haya millones de personas que han de soportar el hambre hasta la muerte. Muchos de ellos niños, a quienes, además, las enfermedades derivadas de la desnutrición les hacen sostener una infancia calamitosa. Esa realidad, que está ahí, la conocemos todos quienes tenemos un mínimo acceso a la cultura, y debería mover nuestra responsabilidad. Si te afecta a la sensibilidad necesariamente debes sentirte intranquilo, y no sólo por sintonía por quien padece esa condición de miseria, sino, y sobre todo, por la capacidad de respuesta personal para considerar que ese es también un problema propio. Muchos entienden que es un problema ajeno, por lo que no les afecta a la tranquilidad con que organizan su vida, deseando que se impliquen las autoridades competentes en estudiar soluciones, pero muy lejos de lo que supone una acción personal. Se piensa que es una responsabilidad de la humanidad que ya tiene sus cauces de evaluación a través de los organismos internacionales de ayuda y cooperación. Mi intranquilidad -¿comprendes?- no sólo radica en lo que yo pueda ahacer, sino en que la tranquilidad de los más hace ocultar el problema moral, como si no existiera. El olvido social tiene su causa en la marginación por la que los problemas ajenos o se hacen propios por solidaridad o se relegan de la mente ya que perturban la serenidad para estar en lo de cada uno. Sin embargo, achicar los espacios de la conciencia puede mejorar la autodefensa, pero su ámbito también pondera cuánto de identidad humana cabe en una persona. Quien no se motiva por la suerte de millones de personas -tantos como la población del Estado de California- que mueren cada año por falta de recursos alimentarios o sanitarios básicos, moviéndose a emplear parte de su renta personal en acudir a su socorro, o ha perdido la sensibilidad humana, o la pereza le retiene su decisión, o se encuentra sumergido en una dinámica consumista que le ha alterado el sentido de la necesidad. Es muy posible que para muchos la valoración de la solidaridad llegue a ser algo residual, pero mientras siga existiendo una cierta vibración interior respecto a los graves problemas humanos cabrá una reconsideración. Se estará dispuesto a ofrecer el recurso de una mayor o menor cuantía de la renta personal, pero cuestionarse sobre ello ya supone una cierta intranquilidad que vela sobre el sopor de los sentimientos. Esa intranquilidad es la que induce a la felicidad, porque la vinculación mental de ella con la satisfacción por el deber cumplido hace que cuanto en mayor intranquilidad se vive por la responsabilidad a ejercer, mayor es la satisfacción de no haber caído en la tranquilidad que distrae de motivarse por actuar realmente como persona.