MODERACIÓN PARA CONVIVIR
Cuando los escolásticos predicaban que la virtud se consigue en la medida intermedia, podría entenderse que se confiaba en una moderación que alejara de los extremismos para conseguir un hábito práctico del obrar que lograra mejor el bien. En lenguaje más moderno, se podría traducir en el ejercicio de la moderación para favorecer la convivencia, ya que muy frecuentemente ésta se dificulta por actitudes extremas poco tolerables para los demás. Incluso hábitos positivos, como pueden ser el orden o la pulcritud, pueden llegar a convertirse en causa de desavenencias cuando exigen de los próximos un rigor para el que no están preparados. Si esto es así, cuánto más llegará a influir negativamente para la convivencia la raigambre de un hábito negativo.
La moderación en la virtud por la convivencia proviene del juicio de la razón que evalúa correctamente los límites de la impronta personal sobre la relación social, de modo que pondere el modo de ser para adecuarlo a los límites de la tolerancia ajena. Se puede pensar que el ejercicio del bien es un derecho y que por tanto no puede ser limitado, pero como la conciencia de bien no radica en la mente de todas las personas según los mismos parámetros, muchas veces conviene medir las actuaciones no sólo según los propios criterios sino también según el modo de ser de los próximos, a fin de que las obras que entren en relación puedan ser aceptadas positivamente por todos.
El arte de la política de negociar, converger y respaldar los fundamentos comunes deberían emplearse en todas las relaciones sociales, como son el trabajo y la familia, para lograr una mejor convivencia. Muy posiblemente el amor, que es un sentimiento interno, debe custodiarse desde la crítica y rectificación de los modales externos que puedan inducir tensiones en la relación. La conciliación de los sentimientos internos y las actitudes es una de las funciones que la personalidad ejerce sobre el carácter, a fin de hacer más viable la relación que se desea y se busca.
Esa moderación del propio carácter es particularmente importante en la vida de pareja, donde se convive muchas horas cada día y donde se comparten responsabilidades que pueden ser entendidas de diversa manera en determinados aspectos por cada parte. Para alcanzar el consenso necesario se precisa que ninguna de las actitudes sea tan extrema que se llegue a considerar sus planteamientos como incuestionables. Una forma muy favorable de propiciarlo es haber incorporado el hábito de la moderación, por el que se aprecie la relatividad de la parte al todo, de modo que se tenga por objetivo que el consenso sobre una parte es un logro con respecto a la nada, y que ello supondrá el normal resultado del encuentro de las distintas voluntades de la pareja.
Los hábitos no se compran, sino que se formalizan en la personalidad mediante un esfuerzo continuado, que, como en el deporte, en ello difícilmente se persevera si falta el sentido de la meta por la que se lucha. El entrenamiento de la moderación se practica en el comer, en el beber, en la práctica de la sexualidad, en la afición al deporte, al cine, a la música, en el horario de trabajo, en el hablar, en saber escuchar, en el querer llevar siempre la razón, etc. Moderarse es saber dominar la situación sin que ésta sea la que domine en virtud de la presión del carácter. Lograr la moderación es tarea de años, de lucha que ha de mantenerse constantemente, porque en otro caso el carácter, que como marca indeleble todo hombre y mujer lleva en sus genes, es el que impone su condición sobre los demás.
Acostumbrarse a ser relativamente moderado llegaría a favorecer en gran manera la estabilidad matrimonial y erradicaría la violencia y los malos tratos conyugales, porque el dominio de sí permite que las diferencias personales, que en toda relación de pareja existen, no se realcen sobre su lógica dimensión. La verdadera dificultad en la relación aparece cuando una de las posturas se hace intransigente, y ello casi siempre es resultado de una pasión incontrolada del carácter, porque no se ha trabajado en su control. Luego, cuando se quiere enmendar en poco tiempo una desavenencia, es muy probable que la personalidad no encuentre el recurso para habituarse a moderarse en un corto espacio de tiempo.
Aunque la moderación como hábito que regula los hábitos es útil para toda la vida social, es muy especial la proyección que tiene sobre la vida familiar, por las muchas horas que se convive, por las muchas responsabilidades que se comparten y por las muchas gratificaciones de realización personal que pueden alcanzarse o perderse en el proceso de un proyecto que repercute sobre toda las personas que comparten el grupo familiar.
Trabajar desde la escuela estos hábitos sería lo ideal, pero tan importante como ello es transmitir la razón o fin intelectual de su necesidad, porque sólo así se convierte en un saber al que se pueda recurrir periódicamente para luchar por realimentar su ejercicio.