PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 5                                                                                                   DICIEMBRE 2002-ENERO 2003
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MIEDO






Jacqueline Harpman en Recit de la dernière année desvela como la enfermedad y la muerte descubren a Delphine la existencia del miedo, pasión de la que muchos ciudadanos occidentales contemporáneos han sido librados.

Uno de los logros del estado del bienestar ha sido la estabilidad vivencial de las personas. El estatus obtenido de la generalización laboral y las coberturas sociales han logrado que la mayoría de los ciudadanos europeos, por ejemplo, resuelvan sus avatares sin más que los contratiempos burocráticos. Para algunos sociólogos, la liberación de la incertidumbre supone el verdadero progreso.
Aunque posiblemente la sociedad no pueda librar a cada ciudadano de los fantasmas que infieren en su sicología, sí que parece que la protección social y la seguridad ciudadano acotan el temor y el miedo. No reporta la felicidad pero incrementa en el ciudadano la sensación de bienestar. Esta seguridad que despeja las incertidumbres sociales parece ser patrimonio de los países del primer mundo y establecen uno de los marcos sicológicos que contraponen la distinción sociológica desarrollo / subdesarrollo, norte / sur.
En los estados del tercer mundo, la incertidumbre es total, y el miedo uno de los componentes de la vida cotidiana. La inestabilidad económica con todas sus consecuencias, la debilidad ante el estrago de la enfermedad, la amenaza a la integridad física, configuran las coordenadas en que crecen y mueren miles de millones de personas.La guerra, en cualquiera de sus manifestaciones, es quizá el factor más decisivo de inseguridad. La guerra que deriva, en multitud de casos, de la debilidad política y la corrupción de gobiernos manipulados por intereses internacionales. El miedo en la guerra y en sus vertientes del terrorismo y la revuelta social llega a ser total; y existen zonas del mundo donde las guerras se suceden por décadas.
El hábito al miedo de las estructuras sociales verticales, donde el dictado del superior configura la actitud de los subordinados en cualquier ámbito -familiar, laboral, político, etc.- también parece patrimonio de las culturas menos desarrolladas.
El miedo, que como decía Jacqueline Harpman parecía relegado en occidente a la inflexión de la naturaleza, a vuelto a dejar ver su sombra tras los atentados de New York el once de septiembre de 2001. Cuando el hombre creía tener bajo su dominio todos los resortes de la conmoción, ha vuelto a la realidad de que su bienestar está amenazado por el despertar de una silenciosa mayoría que huyendo del miedo lo comunica allá donde lo creían ya superado.
Los movimientos europeos hacia posturas más conservadoras, la ascensión de la extrema derecha, puede quizá encontrar lectura en la búsqueda de una autoprotección que hace poco se daba por descontada.
El miedo que a veces no deja ver que el mejor elemento de seguridad es la paz, y que ello sólo es consecuencia de la justicia. Tanto como cueste construir relaciones de justicia es el precio de la paz, de la tranquilidad, de la relativa seguridad que la convivencia social consigue.
Ese equilibrio logrado en Europa tras la contienda 1939-19745, reparador y superador de controversias precedentes, es un buen ejemplo de procesos capaces de augurar seguridad y ahuyentar el miedo. Ejemplarizar Europa a escala mundial, hoy por hoy, no es asumible, pero quede como símbolo de que sólo proyectos comunes que alejen globalmente los fantasmas del enfrentamiento y la guerra pueden ser augurios de la victoria final contra el miedo.