PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 50                                                                                          MAYO - JUNIO  2010
página 8

MOTIVACIÓN DE LA DISPUTA

 
Sorprende que entre los hombres exista tanta controversia que parezca que cada uno, si no enfrentado, se opone al criterio y opinión de los cercanos, como si ello fuera algo circunstancial a su naturaleza. Entre las personas se prodiga demasiado la contienda, la difamación, la calumnia, el enfado y la riña. Aunque sea un ser social, esa cualidad se encuentra algo mermada, pues incluso prolifera que entre quienes se ha tratado mucho y bien, a partir de cierto momento recrudecen las discrepancias, aparecen las disputas y no pocas veces se alcanza la agresión. Esta situación afecta a esposos, hermanos, vecinos, amigos, parientes, etc. quienes muchas veces se eligieron por afinidad para concluir en la incomprensión mutua que motiva la riña.
Pensar que la causa de esa situación -que es bastante anormal entre otros seres vivos- sea genética choca con la afinidad habida, pues si la genética no varía sustancialmente en cada persona, no justificaría los cambios en el comportamiento. Otra causa que puede aducirse está en el entorno vivencial, que no sacia las expectativas sociales del individuo, por lo que éste se torna agresivo con su entorno, como si fuera la deficiente gestión del mismo el que induce a la rebelión de cada persona con el ambiente inmediato que no le proporcionara plena satisfacción. Otra posibilidad es que esta tendencia a la disputa corresponda a un determinado formante del modo de ser propio del género humano que le haga, según se desarrolla, volverse contradictorio en su comportamiento. Si no lo es por su estructura genética, podría serlo por cómo evoluciona su personalidad. Probablemente lo que le haga diferenciarse sobre muchas otras especies, su inteligencia, le predisponga a discutir, aunque ello parezca poco edificante.
En el mundo matemático 2 + 2 siempre son igual a 4. No obstante, el ser humano altera esa relación cuando aplica a las cosas materiales su espíritu creador, y así de la adición de unas cosas a otras consigue efectos de nuevos objetos sorprendentes por su utilidad. El ejemplo más sencillo es cómo juntando pinceladas de óleo sobre un lienzo no sólo se consigue una impregnación del mismo, sino que se puede generar una verdadera obra de arte; del mismo modo añadiendo ladrillos unos sobre otros se construye casas; sumando palabras se crea literatura. En todos esos casos al 2 + 2 ha añadido su intuición creativa realizando una nueva cosa cuyo valor excede en mucho al de los elementos empleados.
Ese espíritu creador de la persona es el que en gran parte le compromete en su dominio intelectual del entorno y el que se convierte en causa de distinción con sus semejantes. La creatividad mueve al hombre a rediseñar su ámbito material de acuerdo a sus preferencias en una dirección no predeterminada sino inventiva, siendo en cada persona no sólo  característico el tener propios modos, sino que es causa de mucha complacencia conocerse creativo. Lo que le hace diferente no por naturaleza sino por creatividad será algo que tenderá cada uno a remarcar como rasgo esencial de su personalidad.
Ese espíritu creativo que le hace tan particular tiene su repercusión en las relaciones sociales, pues en cada relación las partes tienden a manifestar su propia forma de ser, y además evolucionan con sus propios actos creativos haciendo que la distinción de las partes aumente en el tiempo que dura la convivencia. El espíritu creativo de quienes participan en la relación va a tender de modo natural a dar soluciones distintas tanto a las actividades comunes más cotidianas como a los conflictos de identidad, lo que, si no se gestiona desde la perspectiva del valor de las diferencias, puede dañar la estabilidad misma de la relación, al tender cada parte a seguir su propia iniciativa, lo que acentúa la discusión del qué hacer cuando se perfilan de apariencia contraria.
Cuanto mayor es la cultura creativa en la que se desarrolla la sociedad, se podría presagiar una tendencia mayor a la disputa, por más que la buena educación guarde las apariencias del respeto, y así se puede comprender cómo en las comunidades más dinámicas la estabilidad de las relaciones se advierten menos estables. Se podría afirmar que la creatividad reafirma el individualismo.
Quizá un posible encauzamiento para estabilizar las principales relaciones que sostienen importantes tareas sociales esté en enfocar la conciencia de creatividad precisamente hacia las relaciones humanas, de modo que sean las actitudes intelectuales creativas las que, desde el interés que puedan adjudicar a las relaciones entre las personas, las que se esfuercen por crear actitudes de convergencia en las que cada individuo incorpore a su personalidad cultivar la relación por los valores intrínsecos que pueda comportar sobre las divergencias que puedan surgir.