DEMOCRATIZAR LA PROPIA CONCIENCIA
En cada ser humano sobre su conciencia influyen tanto las percepciones como las reflexiones. La conciencia se forma y juzga, en parte, a partir de las sensaciones percibidas a través de los sentidos, que mueven a conceptuar como verdad aquello que se sugiere apetecible por su contenido de bien. Lo negativo, lo falso, nunca gusta, y de ahí se sigue que lo que se presenta de modo inmediato a la conciencia como un bien se tome también como verdad. La reflexión constituye la fuente más efectiva del juicio de conciencia, ya que no sólo estima la verdad por la apariencia del bien, sino que contrasta, por la experiencia del intelecto y la intuición de la inteligencia, si los contenidos de verdad son ciertos en aquella circunstancia concreta que se juzga. De este modo la conciencia, con mucha frecuencia, trabaja sobre la rectificación de la apariencia que prestan las sensaciones, cuando la reflexión modifica su adhesión a algunos contenidos de verdad anteriormente considerados.
Esta asunción de la dependencia de la conciencia a la reflexión debería hacer que la conciencia de cada uno se forme prestando más atención a la información que pueda provenir externamente de la opinión ajena, porque el conocer recibido ilumina la reflexión de muy diversas maneras: La primera, entendiendo la diversidad que existe entre el uno y los otros, lo que haría posible conclusiones de conciencia distintas. La segunda, una vez reconocida la diversidad, admitir que el influjo mutuo puede favorecer esclarecer los contenidos de verdad del juicio propio, por el contraste entre el mismo y los juicios de las conciencias externas. La tercera, porque admitiendo contenidos de verdad universales se pueda considerar condiciones de verdad distintas en función de las sucesivas sensaciones y experiencias asimiladas por las persona a lo largo de la vida. En función de cuánto se consideren estas maneras generadas en la relación, así será el respeto por las conciencias ajenas, que indirectamente marcarán el valor de la propia conciencia.
El respeto a la libertad de las conciencias marca definitivamente en la propia personalidad la actitud democrática, porque sólo si se estima el valor de la conciencia ajena tanto como la propia, se reconoce la estructura de la equivalencia de todas y cada una de las posiciones de decisión consentidas. Ello no significa que se preste asentimiento sin más de la multiplicidad de verdad en las situaciones contrarias, sino que la sentencia respecto a ellas del propio juicio y el ajeno hagan que una u otra sea errónea, pero también que ninguna de las dos haya identificado plenamente las condiciones para que sus conclusiones se identifiquen con la plenitud de la verdad. Admitir la posibilidad de que la conciencia del otro sea tan capaz de encontrar la verdad como la propia constituye la más radical verificación de una conciencia auténticamente democrática.
Se puede refutar que la diversidad de las conciencias, con apreciaciones que pueden llegar a oponer contenidos de verdad irreconciliables, sea ello mismo un hecho de verdad, y así es como concluye la razón de una gran mayoría de personas que sólo admiten como verdad la que es evidente o razonable; por lo que, salvo que se admitiera una sensibilidad y un entendimiento diferente entre los humanos, habría de desembocar en la unicidad de conciencia ente las personas. Ello conduciría a restringir teóricamente la libertad humana o a aseverar un incorrecto uso de esa libertad. Por lo que la democracia representaría una quimera de la libertad.
Para no relativizar la verdad en sí, habría que admitir que la diferenciación de las conciencias se sigue de la distinción en la forma con que aprende aquella, lo que sería explicable en virtud de la transformación del mundo que conjuga lo uno y lo diverso. Así, en la estructura más profunda, se identificarían todas las conciencias en la apreciación de la verdad, pero en la estructura superficial, que constituye el espacio próximo para el conocimiento y la percepción, cada conciencia concluye de modo diverso según los criterios de verdad aprendidos. Esta estructura superficial es en la que se establecen las relaciones sociales, y la que define la costumbre y los criterios subjetivos de verdad que cada cultura admite cm axiomas y que determinan en mucho las condiciones por la que "la verdad es verdad".
Quien se da cuenta que la vida se desarrolla en esta estructura superficial debe admitir que son sus particulares influencias las que determinan las conclusiones de conciencia, y que la reflexión que logra penetrar la estrctura profunda del ser no debe imponerse a las más comunes de la cotidianidad superficial sino por la potencia conclusiva de los contenidos universales de verdad de su argumentación.