MISTERIO, REVELACIÓN Y PROFECÍA
Parece consustancial al término religión la referencia a la profecía, a la revelación y al misterio, porque, si se considera como religión la relación con la realidad trascendente al universo cognoscible, ha de existir el recurso de la comunicación desde y con esa otra realidad en la que se reconocen una única o más entidades espirituales.
Lo que ha predispuesto durante la historia al hombre a admitir la realidad sobrenatural es el misterio, o sea, la percepción de realidades ininteligibles que se han supuesto de causas extramundanas, y por ello inaccesibles de explicar desde la ciencia del conocimiento. Esta consideración del misterio desde la perspectiva del entendimiento humano hace que cuando su ciencia progresa se desvelen muchas realidades consideradas anteriormente como misterios. Así es cómo el positivismo científico refuta la religión desde el misterio, por la esperanza de que el devenir de la ciencia alcance a desvelar toda las realidad existencial. Mientras esto ocurre, cada generación ha de plantearse si depositar la fe en la ciencia o en la religión, pues siendo la vida del ser humano segmentada en el discurrir del universo, no le resuelve su ansiedad intelectual la perspectiva de cómo en un futuro, que se advierte lejano, habrá todo de tener una explicación racional. Tomando en consideración que cuanto más profundiza la ciencia mayores son los enigmas que descubre, no es extraño que para multitudes de personas que precisan una justificación de su experiencia y existencia acepten la verdad que la religión les enseña sobre la realidad sobrenatural y sus vínculos con el universo vivencial.
Ese itinerario que el misterio induce en el ser humano para abrirse a considerar lo extraño a la ciencia universal le ha conducido a denominar como espirituales las percepciones ajenas a la determinación material. En ellas cupieron en tiempos antiguos muchas realidades conpóreas y energéticas inidentificables como tales, de modo que la espiritualidad, como término que abarca la contemplación de lo inmaterial, se depura permanentemente perfeccionando su entidad cuanto más estricto es el programa científico.
El núcleo central de lo espiritual se considera como la entidad divina, cuya esencia inabarcable para la inteligencia humana se justifica no por conocimiento, sino por intuición, ya que como externa y opuesta a la realidad universal, no pudiendo ser percibida por los sentidos, sólo cabe admitir con definición de su potencia en la causa del misterio que establece oposición concurrente con la causa científica. El itinerario de alcanzar desde la intuición de las potencias espirituales a sus posibles formas de ser es tan inaccesible al conocimiento humano que sólo se puede admitir que por revelación pueda darse a conocer. De ahí que toda religión considere la revelación desde lo divino como la parte esencial de su legitimación.
La revelación en sí es una comunicación, y la religión constituye el nexo por el que el ser humano recibe de lo espiritual y lo incorpora a su propio modo de ser. Esta comunicación se aprecia que puede ser inmediata, la que cada persona puede establecer con la realidad trascendente, y mediata, que se reconoce como profecía y es una predicación que se dirige a la colectividad humana en virtud de un don sobrenatural. La primera establece la espiritualidad individual, y la segunda se dirige desde la revelación recibida a la colectividad como guía espiritual común para todas las personas. De este modo la profecía determina cómo ha de ser la religión.
El gran escollo de la vida espiritual está en poder discernir la auténtica profecía de la iluminación y la alucinación. La revelación, desde lo sobrenatural, ha de ser coherente, y sin embargo sobre la humanidad parece que se multiplican los profetas que transmiten una realidad espiritual muy diversa, desde donde sólo se puede seguir que o haya tantos dioses como religiones se predican, o las predicaciones son equivocadas, o cada predicación contiene algo de comunicación divina que se extorsiona por la interpretación mental del profeta.
También existe otra forma de revelación general sin profeta que es la que puede derivarse de la intrínseca forma de la naturaleza, si se considera la misma como una creación y comunicación de la potencia de Dios.
Contemplado de esta manera, parece que el misterio que induce a dirigirse hacia el mundo espiritual no se desvela de forma unívoca con la religión, y que para muchos esta profusión de profetas, de espiritualidades, de doctrinas distantes confunden más que desvelan los misterios, aunque toda persona goza del recurso de discernimiento en su propia mente para reconducir qué de cuanto se predica está en coherencia con la propia e íntima experiencia espiritual que ha de constituirse como la guía de la conciencia cierta de la práctica de la religión.