IMAGEN Y ESTIMA DE SÍ
La propia estima, lo que uno se quiere a sí mismo, tiene en su fundamento una evolución que va desde la apariencia y el poderío físico a los valores en los que se conceptúa el sentido de utilidad de la vida. Los primeros son los que priman en la juventud y los segundos los que deberían imponerse en la madurez.
El quererse a sí mismo de los niños es parte del mismo querer con que se quieren los juguetes, a los padres o a los abuelos. Los niños se fijan en sí mismos en cuanto sujetos del juego y de la comunicación con los demás, como eligen a las personas que les prestan su tiempo y su atención. A veces se dice que los niños son muy egoístas, que fijan desproporcionademente su interés o que reclaman una atención excesiva sobre su persona. Todo ello puede ser cierto, pero sólo en parte, porque los niños, hasta la adolescencia, imitan en su estima tal como son educados, y el egocentrismo que se les adjudica se sigue de cómo se les ha colocado en el centro de atención. Si se prima en esa educación la sociabilidad, los niños anteponen a su propia querencia el compartir juegos con los demás.
Es en la adolescencia y en la juventud donde la conciencia de individuación y la subjetividad adquieren una fuerte relevancia, porque se adquiere a esas edades la conciencia de que el querer y ser querido no es obligación de la simple convivencia, sino una convergencia mutua en la presencia física y en la personalidad.
La madurez sexual y la madurez intelectual despiertan parejas a esta edad, y según su vehemencia y coherencia se impone una u otra en la configuración de la personalidad. Cuando la prioridad la marca la sexualidad, el marcaje del territorio -que como en todo mamífero en el ser humano también es relevante- crea una muy especial atención a la propia figura con la que un hombre o una mujer pretende imponerse a sus competidores en el círculo de atracción donde se manifiesta. Esto hace que para muchos adolescentes y jóvenes -también gente mayor, ya que el influjo sexual dura toda la vida- su propia estima se asemeje a un interés de escaparate, en el que la estima de su imagen alcance tanto valor como para atraer. Cuando se considera positiva la imagen propia, se refuerza la afirmación personal; en contra, si se conceptuase negativa, facilitaría una inconformidad personal que podría desembocar en un depresión.
La madurez intelectual es un proceso que puede ser que alcance una pertinencia importante en le mente en pocos años o que crezca poco a poco, en función de la educación continuada y las experiencias de vida. En cualquier caso, en casi todas las personas es la que progresivamente se impone en la configuración de la personalidad, pues siendo la esencia del ser humano su racionalidad, lo lógico es que todos los demás influjos sean medidos y valorados por la inteligencia. Al ser esto así, la estima de sí mismo progresivamente se va centrando en la riqueza de valores con que cada cual se enfrenta a la responsabilidad de vivir.
Este quererse a sí mismo va evolucionando a través de la historia personal, desde por aquello que se es por naturaleza a la conformidad de la conciencia con lo que se ha logrado hacer. Se estima con los años especialmente el valor transitivo que mide lo que uno ha realizado por los demás: la huella dejada con voluntad y esfuerzo en la familia, en el trabajo, en la amistad, en la solidaridad... Es la obra hecha la que marca la conciencia de satisfacción consigo mismo, que en todas las personas presenta luces y sombras, pues ni todas las obras se consideran que alcancen el aprobado, ni muchas veces se advierte haber rendido satisfactoriamente en el tiempo de vida que se ha consumido. No obstante, la tendencia es a saber perdonarse, porque la estima de sí también considera la gran dificultad del ser humano para llegar a alcanzar una mediana perfección en los valores que se han cultivado a lo largo de la vida.