LA RELIGIÓN VERDADERA
La religiosidad, como forma de relación del hombre con Dios, ha padecido para una gran mayoría de personas de la debilidad de no saber realmente si su piedad se dirigía al único Dios verdadero. La gran diversidad de confesiones religiosas y sectas aduciendo todas ser el vehículo cierto de la verdadera religión deberían hacer dudar -salvo una especial fe o un absoluto fanatismo- de que se esté en la cierta y no en el camino equivocado. En ese enfrentamiento personal con una duda muy trascendental la filosofía puede ayudar a discernir algunas ideas que clarifiquen la posición del creyente ante la religión.
La primera es que la religión o es verdadera relación con Dios, o es un hecho cultural humano. Si es relación con Dios, es comunicación entre espíritus, el alma humana y Dios, espíritu puro; siendo necesario para que haya comunicación una relación de trasferencia de un mensaje en uno o ambos sentidos: Que Dios comunica al hombre o que el hombre comunique a Dios. Muchos en la historia han pretendido rescindir el contenido comunicativo entre cada hombre y Dios, categorizando a algunas personas como mediadores, que serían quienes, alcanzando comunicarse con Dios, se constituirían en los depositarios de la religión, en cuanto que son ellos y no todos quienes gozan de esa deferencia por parte de Dios. Si esto fuera así, los intermediarios -llámeseles pastores, profetas, sacerdotes o enviados- serían quienes practicarían la religión, y los demás estaría fuera de lo que auténticamente corresponde a la noción real de religión. Esta tesis sirve para avalar las primacías jerárquicas, pero presenta la paradoja de configurar una doble intencionalidad en Dios si se quiere admitir distinta naturaleza en la relación de Dios hacia unas u otras personas.
Si como la filosofía propugna de asignar igual naturaleza a todos los seres humanos, y una única naturaleza para Dios, sería muy difícil poder llegar a justificar que entre las personas hubiera distinta esencia formal para la relación con Dios. Si es posible la relación entre las naturalezas divina y humana, al menos desde la iniciativa divina toda comunicación se correspondería con la verdadera religión. Por tanto, si existe diversidad de religiones hay que entender que esa diferencia proviene sólo de la respuesta del hombre a Dios, posiblemente debido a que la imperfección mental de cada hombre distorsione lo comunicado por Dios.
La relación del hombre con Dios es tan absolutamente desproporcionada entre la entidad de las partes, que las condiciones de verdad que entrañan pertenecen en su mayoría a la comunicación divina, y proporcionalmente casi insignificante la respuesta humana, salvo en que como acto intelectual al configura como libre. Por ello, de toda auténtica relación religiosa habría que admitir que corresponde en su mayor parte admitirla como verdadera. Si esto es así, la verdad de la religión se aproxima mucho a la mística, no entendida como la espiritualización descarnada, porque el hombre es una unidad inseparable de alma y cuerpo, de mente y espíritu, de inteligencia y voluntad que cuando entra en oración -entendida como forma de la relación con Dios- obran plenas de capacidad. Ese abandono que se exige al místico es acudir a aprender de Dios sin condicionar su mensaje a la predisposición mental para ser entendido y aceptado. Siempre que esa disposición fuera auténtica, se podría creer que se estaría en la práctica de la religión verdadera.
En la medida que las distintas confesiones no prediquen el ejercicio de la meditación personal con Dios como la forma esencial de lo que es la verdadera religión, estarán favoreciendo la disparidad de religiones, porque lo que genera la multiplicidad de credos procede de que en la comunicación de los intermediarios se distorsiona progresivamente lo percibido lealmente en la oración, y así proliferan las predicaciones cuya contaminación progresiva alejan al hombre de Dios. Cuanto más se exija la adhesión a una norma interpretada por terceros, y menos se enseñe la oración personal, mayor serán las diferencias para la comprensión de la religión, aunque pudiera parecer que la docilidad a un estricto código mantiene la unidad y la fidelidad a cada una de las doctrinas que se presentan como la verdadera.