VIGENCIA DE LO TRADICIONAL
Cada generación se decanta por sus gustos y por las prioridades sobre las que soportar la configuración de la convivencia común. Un paso importante para cada una de las sucesivas generaciones la comporta la cultura heredada, que no puede dejar de aceptar como elemento de su propia educación, pero también que no puede dejar de criticar respecto a la coherencia con los valores que sostiene. Ese juicio en muchas comunidades constituye un factor de conflicto generacional, porque lo que para los mayores constituye parte esencial de la costumbre de vida, para los jóvenes puede ser tan marginal como irrelevante. Hasta cuánto una tradición ha de preservarse constituye muchas veces un conflicto de identidad social, porque a veces cuesta aceptar que la vida evoluciona, tanto como que no se advierta cómo las modas pasan por sí solas y lo que supone un valor intrínseco cuesta mucho desarraigar.
La aceptación o crítica de las tradiciones está muy relacionado con la ampliación del carácter particular de las comunidades por el intercambio de la cultura con otras poblaciones. Cuanto más amplia es esta transformación, más rápido puede ser el juicio crítico a las tradiciones propias, porque, por una parte, se contempla también desde la crítica de nuevos valores adquiridos y, por otra, en que se importan formas de vida extranjeras, muy especialmente de los países que en cada momento dominan las relaciones comerciales.
La universalización de las comunicaciones está potenciando a un mismo tiempo la acción y la reacción en torno a las tradiciones. Una acción que se dirige al conservadurismo, como fomento de la identidad nacional de los pueblos, que es compartida tanto por jóvenes como por mayores, y que atiende más al significado de la tradición que al contenido. Una reacción, avalada especialmente por los jóvenes y los titulados, que considerando los valores nacionales esencias más profundas de convivencia y solidaridad, critican la mera pervivencia de la tradición por ser tradición cuando choca con el espíritu modernizante de los tiempos actuales.
Cada comunidad suele ser algo ciega para la autocrítica de sus tradiciones y formas de vivir, ya que su arraigo en la cultura y educación hacen considerarlas siempre como actividades normalizadas, de ahí la resistencia al cambio que muchas veces sólo se produce cuando la presencia extranjera hace patente las desventajas de lo que se consideraba inalterable. Aunque con reticencias, se introduce el cambio al menos en algunos ambientes y sectores de la sociedad, lo que origina que se abra el debate ideológico sobre la pertinencia de los valores en los que se apoyan las antiguas tradiciones. Para muchas personas, la sola crítica supone ya una pérdida de identidad, porque la afectividad de sus sentimientos se sobreponen a la razón que pueda sopesar la vigencia de los valores.
Cuando para mantener las tradiciones se recurre a la excepcionalidad en las leyes que protegen los derechos, se está implícitamente reconociendo que esas costumbres chocan con los principios que inspiran la actualización del sistema legal, que se quiera o no, tiende a converger en el reconocimiento universal de los derechos humanos. Las interpretaciones forzadas de estos derechos para amparar viejas tradiciones hablan de su ilegalidad, por mucho que se pretenda sostenerlas cuanto más tiempo posible sea. Por ello no es extraño que la conrtroversia de muchas costumbres aparezca una y otra vez, como distintivo de pensar, en el relevo generacional o como formalización de la modernización del ideario de una comunidad.