TRANSGREDIR
Junto a la libertad y a la responsabilidad, como características propias de la personalidad humana, se da la de la rebeldía, por la que se tiende a obrar en contra de la norma establecida por la sociedad o por el hábito de la propia conciencia. Para muchos, la rebeldía es parte intrínseca de la libertad, pues manifiesta la distinción en la opción operativa. No obstante, pueden apreciarse en la rebeldía algunas marcas que no se contemplan en la mera singularidad y oposición. Ser distinto no supone mostrarse necesariamente "en contra de", algo que caracteriza principalmente al rebelde.
Actuar según la lógica de la razón es lo que conviene a la mente humana, y si bien la lógica subjetiva concluye de forma diversa, según la capacidad de información y análisis de cada persona, lo que sí se presenta es como un factor de libertad. A veces se obra de forma tan injustificada que parece no seguirse lógica alguna, lo que puede provenir de una respuesta irracional, sin pensar, o por realizarlo bajo el dominio de una pasión que modifica la respuesta racional esperada a unos determinados influjos.
No es habitual considerar entre las pasiones humanas la de transgredir, y sin embargo casi todas las personas, a lo largo de su vida, obran transgrediendo la norma social aceptada, e incluso la norma ética personalmente consolidada. Esta tendencia es distinta a la mera inestabilidad intelectual o emocional que provoca la duda en cómo obrar, pues la transgresión se fundamenta en obrar contra algo, ya sea formalmente y motivado o por la experimentación del sentimiento de rebeldía.
Transgredir una norma reporta una doble experiencia: realizarlo y el deber conculcado. Ser capaz de obrar contra lo que se tiene por norma, representa un dominio universal, incluso sobre sí mismo, como si todo cuanto determinaba un hábito puede ser ignorado o superado para sentirlo supeditado a la propia voluntad. Por el contrario, tampoco se puede reprimir el dictado de la responsabilidad, que induce un remordimiento en la conciencia de la voluntariedad en la transgresión de lo que razonablemente se tenía por conducta adecuada. Satisfacción y pesar que representa la contradicción sicológica que puede haber entre pasión y razón.
La transgresión también implica una dimensión cultural creativa, por la que se experimenta hasta cuánto los arraigos en la sociedad responden a la inercia de la costumbre. Actúa como un revulsivo de inconformidad que busca depurar lo que sea sustancial por sí mismo de lo banal. En el ámbito cultural, la diferencia entre la transgresión y la originalidad se manifiesta en que la primera irrumpe para denunciar, romper, oponer... mientras que la originalidad se ofrece a la sociedad como alternativa creativa para superar el anquilosamiento de la cultura.
La sociedad tolera la transgresión personal mientras no ponga en riesgo la estabilidad del sistema. Así se distingue el ámbito particular de lo que suponga la desvirtuación de las relaciones institucionales que en cada momento se consideren el soporte de la convivencia y de la conveniencia. En función de la tolerancia y de la escrupulosidad de la conciencia moral colectiva, cada legislación regula los límites de la transgresión, incluso sobre la vida personal, imponiendo penas para los infractores, castigo inversamente proporcional a la liberalidad de sus políticas.