PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 54                                                                                          ENERO - FEBRERO  2011
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RECUPERAR EL AMOR

 
El análisis de la sociedad arroja un balance muy deficiente de amor y muy sobrado de materialismo. Se podría diagnosticar que el consumismo ha establecido que los bienes valen más que las personas, y que ello ha absorbido la atracción natural de satisfacción. Posiblemente ese materialismo ha existido siempre y, a falta de abundancia de recursos industriales, se haya expresado en la materialización del ser humano como objeto de satisfacción. Contemplada así la sociedad, no habría que considerar a la actual mejor ni peor que otras épocas, sino, como en tiempos pretéritos, reivindicar el amor como uno de los valores que hacen al ser más humano y a la sociedad más justa.
Cuando se denuncia la carencia de amor en la sociedad habría que justificar que es posible enamorarse, que el amor tiene base real, que no es una quimera. Para ello habría que definir cuál es el valor que se busca recuperar. El amor se identifica con un estado emocional, aunque se puede distinguir la mayor o menor implicación de las potencias intelectivas, de modo que constituya una pasión de objeto subjetivo o una realización volitiva. En el primer caso el bien se procura directamente para el que ama y en el segundo para la persona amada. Esa capacidad de saber que enamorarse es empeñar la vida en hacer feliz a otra u otras personas es la que se echa en falta cuando se denuncia el materialismo y la deshumanización.
Hacer feliz a otras personas es una de las experiencias más gratificantes para el ser humano. Todo el mundo goza más o menos frecuentemente con la satisfacción de hacer el bien, en especial cuando representa dar algo de sí para otro, lo que comporta una cierta creatividad acorde con el fin propio de la inteligencia humana. Comunicar un bien revela a la propia conciencia la potencialidad de conocerse como ser además de como existir.
Ordenar el valor de comunicar el bien establemente es lo que puede considerarse como el amor. Enamorarse, por tanto, puede reconocerse como dirigir esa voluntad en hacer permanentemente feliz a otra persona, lo que sólo se puede realizar, ya que la voluntad sigue al intelecto, cuando se ha decidido obrar así. El gran dilema que se presenta es conocer si el ser humano tiene capacidad para perseverar día tras día en la voluntad de hacer feliz a algún otro distinto de sí. Considerando natural que todo ser procure el bien para sí, perseverar en buscar el bien para los demás puede entenderse si se considera cómo retribuye sobre quien ama en valor de realización.
Enamorarse precisa renovarse en el amor cada día, y ello es lo que pone en duda de muchos que el ser humano posea esa capacidad. Alcanzarlo como objetivo radica en motivar a la propia personalidad con la experiencia de ser feliz haciendo feliz, tarea arduo difícil cuando la felicidad del ser amado no depende del mucho bien que se le pueda comunicar, sino en su disposición interior para saberse corresponsable con el compromiso del amor. Esa es la espina con que siempre se ha identificado todo enamoramiento, pues cuanto más se ama y más se da, tanto más cerca se está no sólo de no ser correspondido, sino de sentir la ineficiencia objetiva de tanto bien empeñado.
Trabajar el amor como el valor propio del ser humano, a pesar de sus dificultades y contradicciones, justifica que haya quienes formalicen su compromiso de permanencia sin límite, fiados en la decisión de superar con el esfuerzo de la inteligencia y la decisión de la voluntad las más posibles de las dificultades que se presenten en el devenir. Con esa decisión se emprende la aventura de la paternidad, del matrimonio, de la colaboración social en un organización de cooperación, de una vocación profesional, de la atención a los padres ancianos, del servicio a la patria, de la observancia de la justicia, etc. Perseverar en cada una de esas actividades exige una renovación permanente de empeño en hacer el bien debido cada día porque de ello se beneficia algún otro. Contra quienes lo consideran un idealismo estéril por el desequilibrio material entre lo que se dan y lo que se recibe, queda el juicio de la experiencia personal y colectiva acerca de si se logró ser más feliz y comunicar al entorno un mensaje de satisfacción. Bien pudiera ser objetivo del siglo XXI recuperar el compromiso del amor.