LUCHAR POR GANAR
Considerar que el deporte tiene variados fines, como puedan ser: la salud, la ocupación del ocio, relaciones sociales, mejora del autocontrol, premiar la estética, etc. no quita que la razón primordial del deporte sea el espíritu de competición, o sea, luchar por ganar. Esa es la marca del deporte sobre el mero ejercicio físico: el primero prima la competición y el segundo refiere a la terapia personal. Cierto es que todo deporte comporta ejercicio físico y control mental, pero debería tener esa consideración cuando el deportista se implica en la lucha por un triunfo, aunque a veces se concrete en la superación personal.
La relevancia que el afán de victoria tiene en el ámbito del deporte responde a algo consustancial a la persona humana, como es el espíritu de superación y el reconocimiento objetivo al esfuerzo empleado. Ello hace que en el deporte sea fundamental el entrenamiento, la adecuación a las exigencia físicas y sicológicas para realizar bien la tarea propia de cada juego, pero no menos influye el espíritu de competición, por el que se aplica en el momento oportuno la concentración necesaria para dar lo mejor de sí mismo, cuando se intenta ganar a los contrincantes. Porque los deportistas saben bien que se precisa esa punta especial de activación de todas las capacidades naturales para vencer en las reñidas competiciones.
Luchar por ganar, no es ganar, porque de todos cuantos intervienen en una competición sólo uno se alza con la victoria. Por ello si el deporte fuera sólo el éxito, lo general sería el desencanto personal por no haber alcanzado la única meta: se constituiría en una actividad frustrante. Sin embargo, cuando se considera como fin propio no el ganar, sino el luchar por ganar, cabe la retribución proporcionada al esfuerzo invertido, aunque no se haya logrado el triunfo. De este modo permanece pleno el sentido del deporte, porque siempre que haya espíritu de superación y competición se puede mantener la esperanza en la victoria. El deporte sería una actividad plenamente injusta si sólo retribuyera el éxito, porque para que haya uno que gana es necesario que otro u otros pierdan. Siendo así que la victoria exige la derrota, ambas constituyen el ámbito del deporte, siempre que permanezca el afán de lucha por ganar, ya que si éste se diluye la competición se convierte en puro teatro.
Fuera de la repercusión del éxito que al deporte presta el interés social, existe el reconocimiento de la propia autoestima que premia en la intimidad a cada deportista en función del esfuerzo invertido en cada competición. Ello hace que puede ser que el deporte llegue a ser más generoso en su retribución con quien nunca llega a alcanzar el éxito, y sin embargo ha tenido en el transcurso de su vida competitiva muchas satisfacciones personales sin trascendencia externa. De hecho la mayoría de los deportistas son así, pues sólo un bajo porcentaje son los que en cualquiera de las categorías alcanzan las mieles del triunfo, y muchos menos los que consiguen un éxito de rango profesional.