PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 55                                                                                          MARZO - ABRIL  2011
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RUIDOS Y SUSURROS

 
A veces, la apariencia externa en una sociedad dista mucho a su realidad política, ya que en las que hay mucho debate, mucha crítica y una dosis de excitación suelen ser en las estructuras políticas que más posibilidades existe de que no se generan altercados;  en cambio, en aquellas en que la apariencia es de solidez, porque no se aprecia crítica ni oposición, son más proclives a que surja la convulsión. Así que, el pulso a la solvencia política hay que estimarla más en que haya animación, incluso confrontación, consecuencia de la diversidad de opinión, que del silencio de la uniformidad porque o la sociedad se encuentra reprimida o la abulia social marca la decadencia y la crisis.
El ejercicio de la política en libertad es la garantía mayor de la estabilidad de un sistema, aunque ello suponga el enfrentamiento dialéctico propio de las democracias, en las que porque el pueblo tiene el poder del voto se multiplica la dialéctica para conquistar el refrendo mayoritario a cada tendencia ideológica. Ese derecho universal a hablar es lo que engendra mucho ruido político, que es un síntoma de vitalidad, aunque a veces parezca que se diluye la racionalidad. Aunque lo intrínseco a la democracia no es tanto hablar como escuchar, lo cierto es que lo que trasciende externamente es el hablar, y, aunque ello perturbe el sereno diálogo constructivo, lo cierto es que el pueblo se acostumbra a discernir entre el ruido los mensajes de solvencia y la fiabilidad de cada político.
Lo propio de los regímenes autoritarios es el susurro, dado que, al estar perseguido el disenso con la ideología oficial, no cabe sino que en pequeños comités se murmure, que la crítica trascienda públicamente enmascarada en la metáfora, que los panfletos tengan una vida escondida, que los libros se adquieran en el extranjero, etc. Ello hace que todo el mundo desconfíe de todo el mundo, de modo que se habla a media voz, admitiendo las más de las veces el doble sentido que comprometa lo justo. Todo ello, observado desde fuera, podría parecer síntoma de uniformidad, pero, precisamente porque se restringe el diálogo es por lo que las convicciones crecen infundadas, lo que hace que su valor sea tan relativo que el aparente respaldo al poder sea a veces tan efímero.
Hasta cuánto una democracia está consolidada en la conciencia nacional se trasluce en la capacidad de manifestar las propias argumentaciones con el objetivo de convencer, porque se sabe que la imposición no tiene rango de valor en el juego político democrático. De ahí que se multipliquen los medios de comunicación en los que todos, queriendo tener la primacía e la voz, busquen un sensacionalismo que puede dar la impresión de caos social, cuando precisamente la realidad es que incluso es una cierta muestra del desenfado institucional, porque todos los políticos se hacen sabiendo cómo van a ser permanentemente examinados, atacados y criticados.
El silencio social de las dictaduras, en cambio, es la manifestación más patente de la frustración, y si no fuera porque permanece el susurro como válvula de escape para la inconformidad, habría que pensar que habría sido aniquilada la esperanza, pues se espera en lo que no se posee, ya que el hombre nunca da por vencido el anhelo de libertad.