PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 55                                                                                          MARZO - ABRIL  2011
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EL DÉFICIT DEL HUMANISMO

 
El humanismo es una corriente antigua que hunde sus raíces en el interés por el conocimiento del hombre de las civilizaciones clásicas, y que podría resumirse en tres valores:
  • El saber: filosofía, ciencias naturales, lógica, matemáticas, astronomía, y en general todo el ámbito de la ciencia.
  • La creatividad: bellas artes, filología, literatura, y cualquier posible manifestación de composición estética.
  • El círculo social: en el que se promociona la comunicación e intercambio del conocimiento.
El humanismo ha tenido épocas de esplendor, al menos por el rastro dejado en la historia, y épocas oscuras, donde quizá su trascendencia quedó relegada por otros avatares sociales, como las conquistas, la guerra, el comercio, etc. Con más o menos consenso, se pueden citar periodos humanísticos, como el antiguo Egipto, la Grecia clásica, la Roma imperial o el Renacimiento. Todos ellos con gran trascendencia en la historia, y quizá, por ello mismo, otras manifestaciones hayan quedado como menos relevantes. En cualquier caso, se podría afirmar que ciertas manifestaciones humanistas han permanecido constantes en numerosas civilizaciones y pueblos de la historia, porque apasionamiento por el saber, el arte y la convivencia social son tan innatos al hombre que fácilmente se sería injusto si se obviase el interés permanente de, al menos, minorías sociales de todas las culturas.
El humanismo como corriente social presenta una doble articulación: La convención social que favorece la educación en los valores humanistas y la impronta de personalidades relevantes que hicieron profesión del humanismo, al menos en el ejercicio destacado de alguno de sus valores. Aunque el humanismo, en su más pura esencia, se vincula a quienes se ejercitaron en la práctica y enseñanza del mismo. La corriente social no es más que el reflejo y la trascendencia del pensamiento y creatividad de muchas destacadas individualidades que formaron escuela, diseminando su pensamiento y su inquietud en sus congéneres.
La referencia última del hombre como sujeto activo capacitado para pensar, crear y convivir da nombre a esta corriente en contraste con otras en que priorizaron la influencia externa sobre el ser humano, como los influjos religiosos, la tecnología o el arte de la guerra. En el humanismo la iniciativa radica en el hombre singular, que se observa como sujeto y objeto primordial de la naturaleza, abstrayéndose de la dinámica sociológica del interés por la supervivencia, porque el humanista entiende que sólo el hombre se puede realizar desde la contemplación de su valor individual como culmen y perfección de la naturaleza.
Las luces que aporta el humanismo a la historia no deben deslumbrar y dejar de percibir cómo convive con grandes injusticias contra el ser humano, como la esclavitud y la tortura. Ello debería ayudar a reflexionar cuál puede ser la causa que permita hacer compatible estimar y subyugar a un mismo tiempo la naturaleza humana. Observando la Edad Moderna, se puede concluir cómo el punto de inflexión entre el humanismo clásico y el humanismo contemporáneo lo marca el redescubrimiento romántico de la libertad. Porque la libertad no sólo va a reivindicar la independencia de espíritu para el pensador, sino contemplar la universalidad de cómo la dignidad humana se realiza en cada ser sin distinción de edad, sexo o cultura. El humanismo a partir del siglo XIX se deberá al respeto a todo hombre, más que a la idea abstracta del hombre ideal.
Ese movimiento hacia el humanismo contemporáneo ha puesto de manifiesto que el déficit del humanismo histórico radica en su deficiente perspectiva de universalidad, porque, si el valor de la persona es un valor añadido y no un valor sustancial, todo el ideal humanista se construiría sobre el artificio de su obra y no de su esencia. No merecería denominarse humanismo, sino, más bien, materialismo subjetivo, ya que el objeto final se identificaría en la recreación de cada hombre en su propio objeto, y no con la trascendental realización como ente de la humanidad.
Los intentos habidos desde el siglo XIX para reeditar el humanismo desde el paradigma universal no han dado resultado satisfactoria, porque todos ellos parecen haber obviado la libertad personal en aras de la pretendida libertad social, habiendo los nuevos humanistas reincidido en concebirse a sí mismos como referentes en vez de justificar la libertad y la creatividad universales como fundamento de cualquier progreso verdaderamente humanista. Las revoluciones lenilista, mahoísta, nacismo, fascismo, etc. que se han presentado como nuevas formas de concebir un humanismo de redención social, no sólo han perjudicado la creatividad, sino que incluso su propósito de reeducar una humanidad libre e igualitaria se ha visto desligitimada por los resultados.
Es muy probable que lo más próximo al humanismo contemporáneo en cuanto a superar el déficit histórico de su universalidad esté en el propósito de desarrollo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que como referencia parece un documento válido, aunque la dificultad estriba en que, aun reconociéndose el consenso en el objetivo, se hallen los humanistas necesarios para trasponer el objetivo en realidad. Esa amplia visión de miras que se presupone a los humanistas debería en el nuevo siglo informar la coherencia intelectual que dirija un desarrollo sostenible, una creatividad de la estética integral pero, sobre todo, una forma de convivencia que supere cualquier marginación para el hombre por el hombre.