ÉTICA DEL CONSUMO
La ética en relación al consumo, que cada persona o unidad familiar realiza, presenta dos ámbitos: El primero estaría relacionado con el cuánto se consume; el segundo, con el qué se consume. Sobre el primero, que también se la puede caracterizar como la ética en el consumo, se lleva hablando desde hace mucho tiempo, quizá antes que se generalizase la economía consumista, y su crítica se fundamenta en moderar el consumo hasta lograr que en el mundo haya un equilibrio entre lo que consumen los ricos y lo que pueden alcanzar los pobres. Desde este punto de vista, la crítica del consumo puede considerarse como una extensión a la denuncia de las riquezas y las desigualdades sociales, con amplio recorrido en la historia.
Además de la ética en el consumo, que preconiza la moderación, en los últimos tiempos se está afirmando la ética del consumo, cuya crítica se orienta hacia un uso responsable de los bienes, de modo que directa e indirectamente se propicie un uso sostenible del consumo con el menor impacto posible sobre la alteración de la Naturaleza. De modo que si, además de ajustar el consumo, se orienta a realizarlo sobre productos que en sus procesos de elaboración respetan al medio ambiente, se logrará que la huella personal de impacto ecológico sea tanto menor cuanto sea posible.
Consumir menos puede ser más o menos costoso, pero es fácilmente evaluable con tal que exista la predisposición para ello. Distinguir lo superfluo, se esté en la cultura social que se esté, depende del marco de exigencia personal, lo que se identifica con la ética. Sólo quien sabe distinguir la función real y la necesidad de los bienes que usa deriva hacia un comportamiento ético del consumo, si su respuesta es acorde con las evaluaciones ecuánimes que pueda realizar.
Consumir más adecuadamente para el bien global de la humanidad no es sencillo y exige esfuerzo por aprender qué productos que se adquieren benefician o dañan más a la Naturaleza, o contribuyen a un comercio justo para todos los pueblos. Por ello la ética del consumo comienza en el empeño intelectual para adiestrarse en tener una conciencia ecológica y en mejorar la sensibilidad hacia la justicia. Como todos los días cada uno consume bienes, la ética del consumo no puede considerarse como una marginalidad insustancial de la ética general de la vida, porque indirectamente a lo largo de la vida de cada comportamiento se han podido deducir trascendentales consecuencias.
Dentro de un elenco de apreciaciones éticas del consumo, se pueden exponer algunas como ejemplos que ayuden a reflexionar que con unos hábitos de consumo responsable puede contribuirse al bien o simplemente tangenciarlo por no complicarse la vida, aun a costa de unas consecuencias desfavorables para otras personas. Así:
- Consumir productos certificados como de comercio justo, o sea que garantizan la no explotación laboral.
- Consumir productos geográficamente cercanos, con lo que se evita el consumo de energía y la contaminación generada por el transporte.
- Adquirir productos que sean eficientes energéticamente.
- No sustituir los bienes que se usan si están en buenas condiciones de prestar su servicio.
- Preferentemente consumir aquellos productos que sean reciclables.
- Consumir envases adecuados al consumo de la unidad familiar.
- Favorecer los hábitos personales de clasificación de desechos.
- Evitar adquirir marcas de manufactorados que en su proceso de fabricación pueda saberse que emplean y explotan a menores.
- Seleccionar las marcas que se consumen en función de que no ejerzan una publicidad engañosa, agresiva o lesiva con la moral.
- Mantener fidelidad a las marcas de las que se tenga experiencia y constancia de buen hacer.
- Repudiar y denunciar las marcas que no atienden las debidas reclamaciones.
- Racionalizar los hábitos de vacaciones, ajustándolos para que el impacto medio ambiental sea sostenible.
- Utilizar medios comunitarios como sistema de ahorro de gasto de energía y contaminación.
Puede parecer que el ahorro que cada uno logra es insignificante respecto a la totalidad del consumo mundial, pero de la misma forma que cada gota llena el océano, así el uso racional del necesario consumo puede tener mucho valor. Luchar porque las industrias tomen en consideración los valores ciudadanos, puede hacerse pasar de la teoría a la práctica si la población obliga con su selección a que el comercio rectifique los planteamientos más alejados de la ética. La fuerza última en el consumo no la poseen los gobiernos, sino la sociedad. Dirigir el consumo lo realiza el consumidor, y sus valores serán los que obligarán a las empresas a servir de acuerdo a lo que los consumidores prioricen.
Se puede pensar que la publicidad es capaz de quebrar cualquier ética, pero ello sólo lo logrará en la medida que los consumidores abdiquen del poder que por naturaleza poseen, de modo que nadie debería considerarse víctima, si no lo es de su propia irresponsabilidad.