PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 56                                                                                          MAYO - JUNIO  2011
página 2
 

INCOMUNICABILIDAD EN EL AMOR

 
El ser humano está conformado para amar, pero, al tiempo que constituye una de sus finalidades, también el amor se manifiesta como una de las mayores dificultades por lo que contiene de comunicación. El ser humano no se determina al amor espontáneamente, sino, da cuerdo a su naturaleza intelectual, conscientemente, y la consciencia de la veracidad de la comunicación se constituye en una de las interrogantes que acompañan la vida síquica de cada persona.
El amor es algo que concierne a dos personas -incluso en el grupo familiar las relaciones afectivas son bidireccionales, dos a dos- y cada una de ellas sabe la afectividad que presta y recibe, pero nunca llega a conocer con exactitud cómo afecta o recibe la otra persona esa transmisión respecto a la expectativa que podría poseer. Por eso, la certidumbre sobre la comunicación afectiva no deja de ser una percepción subjetiva, que analiza la correspondencia a la propia conciencia de la disponibilidad a amar.
El éxito de toda comunicación se basa en la sintonía, que configura las voluntades y los entendimientos para transferir afectos, de modo que se dé en todo momento lo que se espera que el otro desea recibir. Para ello se precisa un conocimiento mutuo, que no puede sino alcanzarse con el trato  y la experimentación de las reacciones del otro a las propias iniciativas de prospección, ya que la afectividad toca un reducto íntimo de la satisfacción mental. Es muy equívoco dar por supuesto que lo que gusta a uno le ha de gustar al otro, y si se sostiene ese error de principio se genera el dominio de una personalidad sobre la otra, que puede ser mutuo, de modo que se llegara a que cada uno de los dos busque los afectos que a él le gustan, lo que hace que la satisfacción no se derive en la correspondencia, sino de la simple complicidad para aceptarse mutuamente.
Amar como el otro quiere ser amado es la máxima que debe guiar la comunicabilidad afectiva, en la que la satisfacción alcanza no sólo el ámbito de la sensibilidad, sino fundamentalmente en de la conciencia creativa que se sabe entregando a la persona amada lo que espera recibir. Ese afinamiento de la sintonía en lo que hace prosperar una comunicación por la que uno muestra la interioridad de su implicación para la mutua relación. De ese profundo conocimiento se sigue un permanente amar mejor, que es lo que ayuda a sostener la estabilidad de la pareja.
El dilema de muchas personas surge cuando creen que hacerse al modo como el otro quiere ser amado merma la propia personalidad, como si se contagiara del modo el modo de ser del otro, lo que sólo ocurre cuando se posee una personalidad débil que confunde el saber lo que al otro gusta con convertirse en el fin del gusto ajeno, pensando que así se asegura la fidelidad. El amor exige necesariamente dos partícipes, no uno, y por ello si una personalidad aula a la otra el el amor se desvirtúa, resultando perjudicados ambos. Si no existen dos personas netas y diferenciadas, no puede haber comunicación sino monólogo; en consecuencia, sólo se realiza la personalidad dominante.
De igual manera que la comunicabilidad sustenta el amor, el no aprender a amar correctamente favorece la incomunicabilidad, y daña esa faceta natural del ser humano favoreciendo una sociedad de personas introvertidas, incapaces de exteriorizarse, porque no buscan o no saben apreciar el mundo interior ajeno. Valorar a los demás y entender que existen razones por las que merecen ser amados los que son muy distintos es algo que subyace en la estructura mental primaria del ser humano, pero que parece cada vez como si el progreso levantara barreras en favor del individualismo que favoreciera el prejuicio en cualquier relación, y de esa manera, sin aprender cómo es el otro, se hace difícil la experiencia del buen amor.