LA CONVERGENCIA EN EL SER
Se ha definido al ser humano como un ser sociable. También los animales son sociables, y que el hombre no lo fuera sería una excepción a explicar por la ciencia. Lo característico de la sociabilidad en el ser racional es que no sólo la admite como una tendencia natural de especie, sino que construye relaciones proporcionadas a su creatividad. La sociedad humana es una sociedad consciente de que quiere vivir en comunidad bajo la forma más apropiada a su peculiar modo de ser. Como las personas están marcadas por la singularidad de su conciencia intelectual, la forma de sociedad que prefieren es tan distinta como lo son las personas que se avienen a vivir en comunidad.
De acuerdo a la diversidad del modo de ser que se da en la sociedad, así será la concepción de la estructura de sociedad que se prefiere, porque, como el obrar sigue al ser, se buscará conseguir un tipo de sociedad en la que sea más accesible realizar el propio modo de ser. Así, las personas con una mentalidad muy ordenada preferirán una forma de sociedad metódica, en la que la ley y la costumbre marquen normas de relaciones con las que todos los ciudadanos se atengan a maneras de obrar determinadas. Quienes posean una mentalidad liberalizante preferirán una sociedad permisiva, que permita a cada cual organizar su propia manera de ser. Una mentalidad solidaria se inclinará por una sociedad que regula prioritariamente la justicia distributiva. La mentalidad liberal exigirá libertad de disposición de los bienes. Un mentalidad ociosa concebirá una sociedad relajada, y una mentalidad laboriosa la responsabilidad. Las distintas concepciones de la afectividad defenderán formas de relación y familia diversas. La interpretación de la cultura variará según sea la conciencia sobre la identidad del propio ser.
Todas esa diversidad creativa que configura la distinción personal podría parecer que se aboca a una permanente tensión social por lograr que la estructura se adecue al propio modo de ser. De donde se podría extraer que los enfrentamientos sociales, ya sean bélicos, económicos, racionales, generacionales, etc. provendrían de la dificultad de conseguir que una misma estructura social satisficiera formas de ser muy distintas. Unos la solución la enfocan desde el dominio de formas de ser jerarquizadas. Otros mediante la uniformidad de las conciencias. Otros desde la pluralidad democrática. Otros desde la relajación del poder. Otros desde la aristocracia de clase. Incluso hay quienes conciben sectorizar el mundo por ideologías y religiones. En más o en menos, todas estas tendencias coexisten en la sociedad, lo que hace que sean muchos quienes sufran más las limitaciones que se les impone a su forma de ser que la conciencia personal de la propia realización, aunque el valor objetivo de esta última en la mayoría de las estructuras de la sociedad supere a las limitaciones sobre la forma de ser.
Construir una sociedad en la que los ciudadanos se sientan realizados no se logrará si no se ayuda a que las personas reconsideren en primer lugar si su forma de ser les ayuda a ser felices. Porque en vano vale reivindicar una estructura social adecuada a su forma de ser, si es esta y no aquella la que genera su insatisfacción. Converger hacia formas de ser que favorezcan la conciencia de realización personal sería lo que haría que la estructura social presentara una coherencia que satisficiera a más personas, porque su modo de obrar se identificaría en las relaciones interpersonales, de grupo y comunitarias. Ello se puede fomentar desde la consideración de qué valores son los que deben regir la estructura de ser y qué puede hacer cada individuo para incorporarlos. Se trataría de aceptar formas de ser más universales y menos específicas.
Una sociedad más armónica es aquella en la que se logra que las diferencias de los modos de ser no se constituyan como impedimentos de entendimiento, sino circunstancias a referenciar con los valores que deberían gozar del consenso social. La tolerancia en la adecuación a esos valores puede constituirse de por sí en objetivo común de la sociedad, de modo que el gesto plural de rectificar el propio modo de ser, incorporando cuanto de positivo se pueda aprender del comportamiento ajeno, aproxime las conciencias y ponga en valor lo que realmente incide en la felicidad personal, que es el fin primordial de la vida en sociedad.
Como no pueden existir tantos modos de sociedad como formas de ser, si se considera vivir en sociedad como un valor, por lo que aporta de intercambio creacional y de especialización laboral, ajustar a esa vida comunitaria el propio modo de ser debe conllevar el esfuerzo mental de tomar en consideración los valores que se aprecian en las propias relaciones de convivencia, para adaptar cuanto, sin inquietar la propia conciencia, se asuma que dignifica o favorece la vida y el bien común.