COMPARTIR E INTERCAMBIAR
Hay algo dentro del ser humano que le impele a establecer relaciones de pareja, pero no son todos quienes hacen una crítica de por qué se ha de aceptar esa determinación, o cuáles sean los fundamentos del ser que justifiquen esa común voluntad. Cada generación hereda una tradición de la regulación de las relaciones de familia, que acepta y transgrede de acuerdo al grado de libertad que se confiere, dándose la paradoja que quien acepta la estructura formal heredada la profana en secreto, y quien la supera, según sus nuevas convicciones, añora más tarde la consistencia de lo que generación tras generación permanece. En cualquier caso antes de innovar es conveniente razonar los fundamentos del ser que se ejecutan en una relación estable de pareja.
En toda relación humana entra en juego el intercambio de intereses espirituales o materiales por los que se establece esa relación entre dos o más partes. Ese intercambio tiene como fin que lo que uno ofrece interesa al otro y viceversa, de modo que beneficiando a ambos se lleva a buen fin.
Existe otra motivación para la relación humana fundamentada en su naturaleza creativa, por la que la relación no busca como fin un mero intercambio de bienes propios de las partes, sino cooperación mutua para concurrir con la expectativa creativa propia de cada una de las partes a un proceso creacional de un bien conjunto que en su misma esencia satisface a ambas partes. Cuando esto es así, el objetivo es compartir mutuamente una nueva realidad como fin intrínseco del proyecto de relación.
El término de compartir se puede entender en su acepción más completa como la que reúne tanto los rasgos semánticos de: repartir, dividir algo, y el de participar en algo; o sea, que contenga que el algo que se disfruta en el reparto o división es el mismo algo que se participa en su producción. Cuando esto es así, el beneficio que se disfruta está en función del esfuerzo creativo invertido en su generación. Por ello, el compartir se puede interpretar como un objetivo propio de la conciencia humana.
La vida de pareja la puede valorar cada persona como un simple intercambio de experiencias y dominios personales, que se miden y acuerdan sucesivamente mientras se quiere mantener la relación. Este valor de intercambio es muy posible que sea el más primitivo y subyaga en toda pareja, con mayor o menor formalidad, porque es connatural a la disposición natural de la persona al relacionarse. Otro valor que se puede superponer a éste es el de compartir, fundamentado en que se quiere obtener algo que aún no existe -por lo que la otra parte no lo puede ofrecer- ya que el objetivo de la unión es generarlo. Como objeto creacional compartido de la pareja se suele citar a los hijos, pero también son otros muchos los que se constituyen como realidades de participación que hacen justificar como grata la convivencia y la conveniencia de su favorable gestión. El conjunto de las satisfacciones generadas que se comparten y que no se pueden reducir a beneficios materiales es lo que se conoce comunmente como amor.
La posición subjetiva de cada persona al establecer una relación de pareja puede inclinarse al compartir o al intercambiar, dependiendo en gran parte a la disposición de su conciencia ante el compromiso. En parte ello se concreta en la actitud respecto a los bienes económicos que se aportan a la entidad constituida, que incluso pudiera venir determinada por las costumbres o la ley de la sociedad en la que se vive. Otra parte afecta a la esfera de las disposiciones personales y a la implicación de la propia personalidad para dar importancia a lo mutuo a compartir tanto o más que a los intereses individuales.
Incluyendo en el concepto de compartir la creatividad participativa, disfrutar de lo compartido dependerá en mucho de los proyectos en común llevados a término y del clímax logrado para que se deriven satisfacciones que compensen positivamente las limitaciones a la libertad que implica toda convivencia. Según lo constituido en común, así habrá bienes, materiales o espirituales, para compartir, sin que se deba olvidar la satisfacción que individualmente se derive de percibir un deber cumplido.