VICTIMISMO
A pesar del transcurso de siglos y siglos de historia de la humanidad no se ha logrado erradicar su mayor lacra, que es la guerra de intereses que deja millones y millones de víctimas. Se podría entender, si se considera al hombre un ser con conciencia, la violencia inadvertida por omisión, por ejemplo las que pueden derivarse sobre los desastres causados por la naturaleza en consecuencia de un progreso incontrolado. Lo que no debería tolerarse es la violencia con que los ideales o intereses de unos hacen víctimas a otros, porque ello refleja una perversa conciencia, tanto individual como social.
Hay víctimas de la sociedad que lo son a consecuencia de la actividad violenta de unos contra otros: guerras, terrorismo, represión, atracos, infanticidios y otra muchas formas afines a éstas, y también hay víctimas incruentas de monopolios, comercio injusto, oligarquías, dominio económico, marginación social, discriminación, etc. Tanto unas como otras son víctimas, ya que ven truncadas su realización personal, sea en su dimensión física, intelectual o moral. Esa limitación causada en unos seres por otros ha sido una constante en la teoría moral del progreso humanista, pero su práctica, pasados los siglos, deja mucho que desear.
Dos causas impiden progresar en la erradicación de las víctimas de la violenta humana. Una de ellas es el silencio de las víctimas. Otra, el victimismo, que hace que las víctimas reclamen justicia a la sociedad sólo en lo que a ellas les atañe, colocando su particular interés en el plano de la reivindicación y olvidando que la superación de la violencia, o es general por un conciencia social de la vigencia de la justicia, o si no, sólo rebotará, variando de sujetos como víctimas.
El silencio de las víctimas es una de las páginas más incomprensibles del dominio de unos seres humanos sobre otros, y sólo comprensible porque haya anulado socialmente la conciencia de libertad de la cultura de muchos pueblos. Sólo así se entiende que durante siglos y siglos se haya aceptado la esclavitud como forma legítima del trato social, sin que esas víctimas hayan clamado contra la violencia de la represión de la libertad.
El sectarismo en la denuncia del victimismo por la violencia es una actitud que no ayuda a progresar solidariamente en los cambios de mentalidad social que hagan más controlable la violencia de unos contra otros. Cuando esa denuncia se enmarca en un ámbito ideológico, pierde una gran parte de su potencial reivindicatorio, porque se utiliza como arma política arrojadiza que condena la forma concreta de violencia que afecta a la víctima e ignora o tolera las de signo contrario.
Las víctimas de la violencia lo son siempre de un acto concreto, y de unos responsables ciertos, pero más allá de ello, lo son también de la estructura social de la que surge las ideologías que proclaman la legitimidad del dominio de unos sobre otros. Para el ejercicio de ese dominio se requiere la violencia, que cuando es contestada genera el terror de la lucha que produce víctimas a uno y otro lado de las posiciones ideológicas. Favorecería, para evitar más víctimas, que quien lo sea condene todo tipo de violencia. Hay que tener en cuenta que las víctimas exaltadas como héroes por una parte, objetivamente, son idénticas a las víctimas denostadas, y viceversa; todas han perdido, en parte o del todo, su futura realización como ser.
La posición social de la víctimas de toda clase de violencia: guerra, terrorismo, mafias, etc. han de ser coherentes en asociarse para reclamar un protagonismo que no pueda ser entendido como parte del juego político actuando como un grupo de presión. Esa forma de configurarse, aglutinando tendencias ideológicas que ignoran a las víctimas de las tendencias opuestas, clama más por una justicia de venganza que por una justicia de regeneración social.