PAPELES PARA EL PROGRESO
 DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 58                                                                                         SEPTIEMBRE - OCTUBRE  2011
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LA  NOCHE, EL DÍA

 
En la historia de la meditación existe una escuela creada por los místicos del renacimiento europeo. Entre ellos destaca Juan de la Cruz, quien propone como condición imprescindible para la contemplación introspectiva el distanciamiento afectivo de todo influjo sensitivo. Al modo de como la oscuridad relaja los sentidos, favoreciendo la introspección, indica que la mente a de ser capaz de desligarse de todas las percepciones de los sentidos para centrarse en considerar sobre las intuiciones propias de su espíritu.
Apoyándose en la espiritualidad de Juan de la Cruz, se puede profundizar en la práctica de la introspección distinguiendo dos posiciones mentales desde las que abordar la preeminencia o importancia que se haya, o se pueda, de conceder para el progreso de la contemplación de la propia vida espiritual. Este procedimiento consiste en distinguir como posición día la que alimenta progresivamente el conocimiento del mundo exterior y la experimentación de los influjos sensitivos. La posición noche consiste en despojarse del dominio de las ideas para que la mente pueda libremente centrarse en aplicación de los influjos intelectivos sobre la propia realidad interior, desmarcada de las prescripciones que imponen las relaciones externas.
Podría venir bien traer aquí la consideración filosófica de Manuel Kant respecto a la libertad de los seres humanos como aquella que permite decidir obrar sin restricción por las determinaciones de los restantes seres humanos. Esa libertad entendida desde la individualidad es uno de los fines esenciales de la meditación como reencuentro del ser con su persona.
Durante siglos los monasterios de todas las espiritualidades tuvieron como fin albergar a quienes desearan retirarse de los influjos de la vida social para desarrollar una vivencia espiritual que les garantizase, desde la plena libertad de conciencia, alcanzar la paz interior de quien logra la razón sustancial de la existencia. Este desmarcarse de la sociedad se identifica con la elección de vivir en la noche, aunque sólo sea intención que no alcanza su fin si no es el alma quien realmente se desentiende de las distracciones del día.
Para la mayoría de los seres humanos que viven en sociedad, la alternativa del día y la noche puede servirles de referencia de vida, de modo que sin renunciar a la plena experiencia sensible, también se logre cultivar la experiencia espiritual. Es lo que intentan millones de personas que practican asiduamente la meditación buscando la identidad más plena de su ser. La libertad de no ser conducidos por los demás exige tanto el distanciamiento emocional, como la discriminación intelectiva de todo tipo de influencias externas. Ello se lleva a término por la acción de la conciencia cuando se dispensa a la mente el necesario reposo para contemplar sobre su propia realidad. Por ello se identifica cómo todo espíritu humana requiere del retiro de la noche.
El contraste entre la vida personal y la que nos imponen desde el exterior es un hecho cotidiano del que todos los seres humanos guardan experiencia. Por ejemplo la pubertad y la adolescencia están llanas de contrastes entre la experiencia interna del propio modo de ser y las formas que se nos imponen como modelos de cómo hemos de ser. Quizá constituye la primera reivindicación en la vida, y la experiencia misma de la libertad del propio yo frente a tanta absorción de las formas convencionales en que desde la niñez se ha sido educado, por lo que no debe ser extraño sólo la necesidad de la rebeldía juvenil, sino la necesidad de un propio espacio personal para retirarse a contemplar el mundo desde la independencia de la intimidad mental. Y así durante la vida se repiten las necesidades de tiempos propios en los que reencontrarse personalmente y reconsiderar las vinculaciones formadas con el entorno social. Eso tan natural es lo que hay quien lo ha incorporado a su vida cotidiana, logrando tiempo y espacio propicio para contemplar despojado de presión ambiental, como si la soledad de la noche le amparara, para decidir qué aceptar y cómo de los que durante el día le influye sobre su personalidad.
Querer ser quien se es será siempre el estandarte de la libertad.