PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 58                                                                                         SEPTIEMBRE - OCTUBRE  2011
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ENFERMEDADES DESATENDIDAS

 
La sanidad marca las mayores diferencias entre lo que se puede denominar mundo desarrollado y el tercer mundo, porque la sanidad influye decisivamente sobre la posibilidad de desarrollo. Los países pobres son mucho más pobres si no pueden atender a la curación de sus enfermos. Se establece así en la sociedad una rémora de incapacitados que han de ser alimentados sin poder contribuir a la producción. Aunque en la ayuda  sanitaria al tercer mundo parece que la cooperación alienta el incremento de médicos y medicamentos, existe aún un vacío sanitario importante, que es el de las enfermedades desatendidas de investigación para su diligente diagnóstico y su terapia. Curar esas enfermedades precisan investigación y medios asistenciales que muchos países no poseen, de modo que millones de ciudadanos en el mundo son atendidos con los rudimentos de la medicina natural.
Hablar de enfermedades desatendidas incluye dos conceptos:
  • Los enfermos diagnosticados por enfermedades con tratamientos científicos desatendidos por falta de recursos.
  • Las enfermedades sin tratamiento por carencia de interés en la investigación.
Estos dos conceptos de desatención causan semejantes efectos, aunque la posibilidad de aplicación de su remedio distancia un caso del otro.
La importancia de las enfermedades desatendidas es crucial para al desarrollo, porque es uno de los factores que inducen a la economía a moverse en el círculo vicioso de la pobreza, al tener que destinar muchos recursos familiares para la atención de quienes están impedidos para el trabajo, y muchos en su vida nunca sanarán. Cuando son muchos los casos de enfermedad, a veces auténticas pandemias, la repercusión sobre la renta per cápita se hace notable, y relentiza el desarrollo.
Muchas de las enfermedades desatendidas podrían hallar terapias de curación a corto plazo si se destinaran medios proporcionales para su investigación, pero los organismos internacionales para la salud no les prestan adecuada atención, o carecen de capacidad para involucrar a los Estados desarrollados en la disposición de recursos para su erradicación.
Contemplado desde criterios estrictamente económicos, podría parecer poco rentable la inversión en investigación de ese tipo de enfermedades, porque los ciudadanos que las padecen no podrían sufragar el coste de la adquisición de los medicamentos según los criterios de mercado de producción de la industria farmacéutica. Esa política económica margina de la productividad a millones y millones de personas. Si se ampliara la perspectiva económica en unos cuantos decenios, podría ser que esa inversión no fuera tan deficiente, al tomar en consideración el valor productivo a lo largo de la vida de las personas curadas. En ese caso, el problema sería de financiación, recuperando a la larga la sociedad con creces el valor neto de la riqueza invertida. De lo cual se deduce que lo que falta son estructuras eficaces en el sistema global.
Al contemplar cómo las naciones emergentes crecen a ritmos importantes y las economías desarrolladas se estancan, cabe pensar que el futuro de la riqueza global dependa en mucho de la capacidad de aportar del que hasta hace poco se conocía como tercer mundo, y que cada vez con su progreso apunta a equilibrar y  potenciar la riqueza mundial. Este marco exige eliminar obstáculos al crecimiento sostenido mundial, y para ello uno de los factores está en mejorar la atención sanitaria, poniendo especial atención a esas enfermedades que lastran el itinerario del progreso humano.
Al comparar el costo de la necesaria disposición de medios para garantizar el eficiente trabajo para controlar las enfermedades hoy desatendidas, con el beneficio económico que puede repercutir para la humanidad, se salda que, desde el mero aspecto económico, es inversión rentable a largo plazo, por lo que debería ser eficientemente atendido por quienes tienen poder en la disposición de los fondos internacionales para el desarrollo.
Más allá de la rentabilidad económica de la solidaridad internacional, es necesario contemplar cómo los beneficios sociales de actuar eficazmente contra las enfermedades desatendidas repercute en el alivio del dolor humano. Enfermos y familiares podrían liberarse de una esclavitud cuyo fin está al alcance de las posibilidades científicas, y sólo falta la voluntad política internacional y una mayor cooperación universal para acometer esa tarea solidaria.