PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 59                                                                                         NOVIEMBRE - DICIEMBRE  2011
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DEMOCRACIA GLOBAL

 
En cada época la humanidad ha tenido que hacer frente a retos políticos que, como signos de los tiempos, siguen a la influencia que sobre la población tienen los progresos técnicos, científicos, sociológicos y morales. El desarrollo de la navegación, de la aviación, de la ciencia económica, de las telecomunicaciones, de la computación, etc. han ido marcando los siglos pasados por el colonialismo, la industrialización, la revolución social, el nacionalismo, la carrera armamentístico, etc. Con el advenimiento del nuevo siglo parece que se perfilan nuevos retos, pero quizá el más definitorio sea el de la globalización, no entendida como referencia de comercios, sino como promoción social en la que todos los habitantes del planeta accederán a un nivel de educación y cultura que les permitirán tomar conciencia del derecho a participar y decidir en todos los ámbitos de la sociedad.
La teoría de la democracia, que desde sus tiempos iniciales ha supuesto una amplificación paulatina del espacio sociológico de la aristocracia, en el siglo XX consumó su definición respecto de la universalidad de su extensión, proclamando a los cuatro vientos que todos los seres humanos son iguales en el derecho a participar en la gobernanza mundial. Esta transformación, desde la antigua restricción aristocrática de confiar el poder a los pocos marcados por la tradición como solventes para la gestión de la sociedad, supone no sólo el reto sociológico que ha inducido las muchas revoluciones sociales de los siglos XIX y XX, sino una evolución en todo el orden de vida de la población mundial.
Signo de esa globalización es la contundencia con que emergen nuevas potencias en el mundo, que de hecho constituyen una profunda modificación a formas centenarias de hegemonía. Cada vez menos unas potencias podrán imponer su orden en el mundo, lo que es una respuesta apropiada a la globalización democrática, y posiblemente, pese a las amenazas una contención para la guerra.
La democratización de las mentalidades personales universales, que constituye uno de los anhelos y objetivos proclamados, exige de hecho una revisión de las tradiciones, porque la mayoría de estas seguían estructuras mentales ajenas a la igualdad de derecho para todos los seres humanos. La revisión personal que se pide a cada pueblo y a cada particular es realizar el contraste de valores desde la responsabilidad del respeto a los derechos ajenos, por la exigencia de la forma de vida personal. La tradición pierde el valor de referencia y norma en tanto en cuanto se sustente en el dominio de unos sobre otros, sea en el ámbito de la familia, el trabajo o cualquier otro de la sociedad. Quizá surja el temor a perder la identidad con la revisión de las costumbres tradicionales, pero el siglo XXI va a exigir a sus ciudadanos una refundación del orden social que, sin la convulsión de una revolución social, sea una auténtica renovación generacional en principios y valores.
Gestionar entre toda la humanidad los recursos del planeta va a precisar una contención del gasto superfluo, del consumo y una eficiencia de la reutilización que exigirán una renovada base a la ciencia económica desde el principio de la sostenibilidad, ya que la presión de la democracia real va a denunciar permanentemente la pretensión de quienes hagan de los bienes de la naturaleza coto privado de explotación.
La democracia global será una realidad, o una quimera, según cuánto se logre de progreso en un derecho y una justicia internacional. La proclamación de los derechos humanos en el siglo XX marcó un fuente jurídica para el desarrollo del derecho personal, incluso contra el resto del mundo. Un derecho personal que no obvia su integración social, sino que justifica que nadie pueda ser excluido o relegado en su incorporación a cualquier comunidad, porque todas las relaciones humanas se concertarán paulatinamente a fuentes de derecho universales. Muy posiblemente la democratización global del planeta no solucione el conflicto entre el favor que cada pueblo presta a los intereses particulares de su Estado y la justicia internacional. Las instituciones creadas para favorecer la gobernanza mundial servirán en tan poco como cada pueblo desoiga la conciencia del concierto mundial. Esa deformación del patriotismo tan arraigada seguirá vigente en el desacuerdo de los muchos que cultiven sus recelos sobre las legítimas intenciones de paz mundial. Favorecer la cultura del uso de una lengua de entendimiento universal, facilitará el mutuo entendimiento de los ciudadanos de todas las partes del mundo, cuyo mutuo conocimiento revelará cuánto más todos ganan con la mutua cooperación y cuánto más se puede perder por el enfrentamiento bélico. Las intolerancias étnicas y religiosas están más en el desconocimiento mutuo de los pueblos que en la consideración de los muchos valores que comparten todas las civilizaciones. Han tenido que pasar muchos siglos de cultura local para haber alcanzado medios capaces de acercar hombres con formación tan variada; de que se utilicen adecuadamente para el progreso global, dando a conocer precariedades y necesidades regionales, dependerá que la idea de universalidad que se adjudica al nuevo siglo no sea vana y estéril para la renovación mental de quienes realmente identifiquen que el futuro del planeta no está en la acertada actuación de los políticos, sino en la exigencia que sobre ellos ejerza la mayoría silenciosa de ciudadanos que velan por la auténtica libertad.