SERSE FIEL
La fidelidad es aquella virtud por la que se sostiene la fe en la coherencia de otras personas y la lealtad debida a la amistad. De modo análogo, cabe preguntarse si es posible y se debe cada uno fidelidad a así mismo; o sea, cuestionarse si en cada persona cabe mantener o no la fe en la coherencia de la propia personalidad y obrar con lealtad a lo mejor de sí mismo.
El hecho de que el ser humano sea reflexivo y tenga conciencia le capacita para poseer un concepto de sí mismo. Ese concepto se construye desde la percepción de la calidad moral de los actos en general, y desde la valoración personal de los propios actos respecto a aquella calidad moral. Con ello cada persona se forma su ideal, que se puede definir como el modo ejemplar de vida. Ese ideal varía a lo largo de los años, de acuerdo a las percepciones y reflexiones con que se enriquece el conocimiento.
La personalidad de cada individuo se puede en gran manera definir por dos parámetros: 1º La solidez con que se elabora el ideal personal. 2º La responsabilidad en obrar de acuerdo al ideal. En el primero se manifiesta la razón y el juicio respecto a la realidad en que se vive, su aceptación, su crítica, su denuncia, la identificación, la rebeldía, etc. Cuanto mayor es el conocimiento que se empeña y la sensibilidad que se aplica, más se afinará la solidez del propio ideal y mayor será la conciencia de poseer un juicio cierto y verdadero de la vida que sirva como guía del obrar. Por el segundo la personalidad reconoce su propia capacidad para seguir las prescripciones de su ideal. Conforme sea su voluntad para llevar a término sus obras como cree que se debería obrar, así evaluará la personalidad su propia coherencia.
Serse fiel afecta principalmente al ejercicio de la voluntad, porque es esa potencia la que en último término mueve a obrar o a abstenerse. Se puede alegar que es la razón la que induce los actos de la voluntad, pero esa iluminación de la conciencia a obrar de una determinada manera se modifica cuando la voluntad se afecta de las aprensiones pasionales que la llevan a ajustar su modo de obrar según influjos externos. Se producen entonces una desavenencia entre el ideal construido desde la moral racional a la moral de situación, en la que se imponen criterios prácticos que no encuentran consistencia en el juicio sosegado de la razón. La fidelidad a sí mismo se sostendrá tanto en cuanto la moral de situación no se imponga a los criterios racionales enraizados en la conciencia más genuina de la personalidad, la que se ha construido desde el valor de lo que las cosas son y la trascendencia que poseen tanto para la vida personal como para la vida social.
Es muy posible que toda fidelidad a otras personas como virtud sea un reflejo de la conciencia personal de la responsabilidad de serse fiel a sí mismo, ya que si se niega de hecho la adecuación entre el obrar y el pensar es muy probable que la fe y la coherencia en la lealtad con otras personas no encuentren apoyos intelectuales distintos de los hábitos de conveniencia, cuando uno mismo ha defraudado los criterios de razón de su propia personalidad.
Algunos identifican serse fiel con el mantenerse inquebrantable en un inmovilismo intelectual. Ello se fundamenta con frecuencia en determinaciones culturales, de costumbres, patrióticas, de religión, de arraigo familiar, político, de raza, etc. Serse fiel de esa manera supone de hecho la permanente infidelidad a la naturaleza intelectual del ser racional. El anhelo de fundamentar la conciencia en la verdad, como el objeto propio del intelecto, genera que el ideal de la personalidad se modifique cuanto el conocimiento le reporte de novedoso respecto al espectro de la verdad.