MATAR O CREAR
La naturaleza de una gran mayoría de seres vivos está condicionada a tener que matar para subsistir. Casi todos los animales carnívoros precisan matar y consumir las proteínas que le proporcionan la carne ajena para alimentarse. En esa naturaleza es donde se ha criado el ser humano, asumiendo muchos hábitos carnívoros, por los que precisa matar a otros animales para atender a su alimentación. Esta determinación, por la que la vida de unas especies dependen de consumir a otras, forma parte de la conciencia moral humana, en la que está asumida la relatividad del valor de la vida en función del fin, según el orden con que la naturaleza lo impone.La alternativa a matar el hombre la descubrió cuando se espíritu creador le mostró como desarrollar la agricultura, la que le permitió sostenerse sin la dependencia de sacrificar animales. El paso de la caza al cultivo no supuso una conversión de ética naturalista, pues junto con la agricultura domesticó la ganadería, de modo que además de emplearlos en su servicio, los destinó también como fuente de alimentación.
La permisividad moral de matar para sobrevivir ha condicionado de tal forma la conciencia humana que la ha hecho bastante lasa en el juicio del respeto a la vida, no sólo de otras especies animales, sino incluso entre los mismos hombres. No ha sido hasta los último decenios cuando se han levantado voces denunciando el sacrificio innecesario de animales. Pero lo más trascendente es que en la historia humana no sólo ha existido el canibalismo y sacrificios humanos, sino que la constante ha estado en las guerras donde, en ofensa o en defensa, el valor de la vida enemiga se considera despreciable.
La valoración moral de lo que representa la necesidad que justifica matar antes que morir se extendió de lo que suponía el límite de la supervivencia al del bienestar, y el dominio sobre el otro se generalizó pasando a estimar la esclavitud como la forma legítima de servirse de otro para medrar con su esfuerzo. Esto también debe considerarse como una forma de matar parcialmente la vida ajena, en beneficio de una necesidad mucho o poco acuciante. De alguna forma, todas las relaciones de dominio cercenan un segmento de vida humana.
La alternativa humana a tener que utilizar recursos violentos para cubrir sus necesidades, sean del tipo que sean, las debe encontrar en su inteligencia creativa, que puede administrarle las ideas para formalizar recursos que eviten los extremos de necesidad, y que si llegan estos disponga de modos de supervivencia que respeten le integridad ajena.
El progreso consiste precisamente en generar un hábitat de tolerancia, donde se imponga la imaginación y la razón para rectificar antiguos hábitos de la conciencia moral justificadores de la ley del más fuerte. La sensibilidad debe motivar a trabajar por soluciones que superen los conflictos, porque son estos los que las más de las veces inducen las conductas intolerantes en las que desde el interrogante ¿o él, o yo? se concluye en el arbitrio de la violencia. Para favorecer un medio pacífico, influye mucho gozar de la suficiente creatividad para reconvertir las pasiones violentas en esfuerzos colectivos de convivencia que atenúen al máximo las situaciones extremas que se constituyen en causa del deterioro social.