PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 6                                                                                                   ENERO - FEBRERO 2003
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IGLESIA IMPERIO






La impronta con que el imperio romano ha marcado el cristianismo es quizá el mayor lastre para su misión universal.

La lenta tarea de predicción y conversión de los romanos a la buena nueva favoreció una corriente de identificación del cristianismo con la estructura social romana.
La paulatina penetración del cristianismo en el orbe romano se realizó por la incorporación a su fe de gentes de sus diversas clases, favoreciendo una cristianización de sus costumbres y una inculturización del cristianismo en la sociedad. Este doble influjo no acabó solamente por cristianizar el Imperio sino estableció la forma de ser de la Iglesia Romana el estilo imperial.
Tras la conversión del emperador Constantino, la declaración del cristianismo como religión oficial y el desplazamiento de la capitalidad del Imperio a Constantinopla, la Iglesia Romana mimetizó la estructura de centralización e irradiación de su misión religiosa con la anterior existente. Se desgaja en el poder imperial romano el religioso del temporal, produciéndose una cierta identificación de la nueva religión con la anterior estructura imperial.
Una imagen de imperio, entre lo secular y lo espiritual, se perpetuó vinculada a la Iglesia Romana a lo largo de la historia europea. El imperio Carolingio y el Sacro Imperio Romano Germánico, pretendieron ser la proyección de la idea imperial que detentaba el poder de la Iglesia.
Con independencia de lo que se pueda juzgar sobre el poder temporal de la Jerarquía de la Iglesia Romana a lo largo de los siglos, la crítica o reflexión sobre la estructura de imperio espiritual que muchos han identificado en la Iglesia Romana puede ayudar al continuo progreso en depurar de la Iglesia Católica cuanto no es de Cristo.
De la doble implicación de poder espiritual e imagen de estructura social centralizada y universal, podría desprenderse para algunos la idea de considerar a la Iglesia como la proyección temporal del reino de Dios. El Papa y la Jerarquía gozarían la representación de esa autoridad divina en la Tierra; la integración en la estructura vertical de la Iglesia, la pertenencia al reino de Dios.
A la luz del Evangelio, cuando Jesús responde a los fariseos: No viene el reino de Dios ostensiblemente. Ni podrá decirse: Helo aquí o allí, porque el reino de Dios está dentro de vosotros (Lc 17,21); deja patente que toda concepción de asimilar el reino de Dios a una institución tangible no es acertada, y que la Iglesia como reino de Dios sólo puede ser entendida como el conjunto de quienes comparten ese don de Dios.
Para quienes hemos aprendido la fe cristiana en Latinoamérica, viva experiencia de la realidad de un evangelio que nos enseña: Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad, pues tales son los adoradores que Dios busca (Jn 4,23); tú, cuando ores, entra en tu cámara y, cerrada la puerta, ora a tu Padre, que está en lo secreto (Mt 6,6); donde están dos o tres congregados en mi nombre allá estoy Yo en medio de ellos (Mt 18,20); la estructura de una Iglesia estado, que marca su unidad y su independencia, su jerarquización y su poder, apenas nos dice nada. Lo que para los europeos puede tener un significado de tradición religiosa, para los cristianos de la diáspora, esa imagen de imperio no se presenta sino como un contrasentido entre lo que se representa y lo que se predica.
La nota católica de romanidad no supone una irradiación doctrinal de su inculturización, sino la evangelización de Roma, o sea, la sumisión espiritual de la Urbi et Orbe a la buena nueva de la manifestación de Dios. Los hábitos de una cultura europea, que ha perdido la sensibilidad de la caridad, son mala imagen de capitalidad como referencia para la extensión de la doctrina de Cristo en las restantes culturas. Cada vez se hace más necesario la inculturización del cristianismo en todos los pueblos y el despojo de todo el tradicionalismo que desfigura la verdadera enseñanza de la doctrina del Señor.