TOLERANCIA Y AMOR
La vida en común exige entenderla como la aventura tras un fin, en la que éste es lo fundamental y la aventura representa una gran gimcana de superación de obstáculos. El fin exige la cooperación común en una convivencia que ha de basarse en potenciar los valores de cada parte de la pareja para que de uno u otro siempre surja un recurso para superar la dificultad. Esta diversidad de personalidades favorece vencer las dificultades externas, pero en las internas, las de la propia pareja, allá no se complementan las potencialidades, sino que se enfrentan, de modo que la diversidad llega a no ser ventaja sino inconveniente. Por eso en la familia es mucho más importante prepararse para los problemas internos que los que puedan marcar las circunstancias externas.
Entender que la diversidad de carácter de la pareja es una potencial fuente de conflictos es algo que, o se aprende con la convivencia, o quien lo ignora se expone a sorprenderse con la dura realidad. Porque la diversidad de dos que hacen vida en común no disuelve cada personalidad en la otra, sino que, de forma más o menos consciente, la naturaleza de cada uno de ellos la lleva, según el principio de conservación, a autoafirmarse. Constituye la convivencia común el arte de encajar las almas como se compenetran los cuerpos.
Durante siglos se depositó en la virtud de la paciencia la capacidad de hacer posible la vida en común, por lo mucho que hay que soportar -aunque este término pueda parecer no muy políticamente correcto-. Quizá por ello la paciencia se ha dulcificado en el término tolerancia, como si no se hubiera de soportar sino contemporizar. Se use el léxico que más se adecue a cada ámbito, lo cierto es que para perseverar en la vida en común es preciso prepararse para tolerar, aguantar, soportar y para olvidar.
La tradición suponía tan necesaria y a la vez tan débil la paciencia que hubo de fundamentarla en una raíz más profunda como era el cariño, de modo que se podía perseverar en la paciencia porque la sostenía la lógica del cariño, que enseñaba cómo, si pacientemente se dejaba pasar la tormenta de una convulsión de carácter, se recuperaba a su fin la concordia anterior. Concordia que constituye el fin próximo de la vida en pareja.
El lenguaje moderno se inclina por hablar de amor en vez de cariño, como si ello constituyera un valor más consistente que el sentimiento. El amor es lo oculto que hace establecer una relación, que no se identifica ni sólo con la atracción sentimental ni con una determinación intelectual, sino como una intuición creativa que fundamenta la voluntad de convivir en común. Si fuera sólo atracción sentimental, se desengañaría con la cara oculta del rostro de toda persona. Si fuera sólo determinación intelectual, evidenciaría pronto el posible margen de error. Al ser una intuición, donde se mezcla percepción sensible, actitud mental, juicio intelectivo y complicidad moral, para asumirla como una exigencia vital cabe esperar una respuesta interior de tolerancia, como la que se concede a lo mejor de sí mismo para querer seguir siendo quien se es. Por ello la tolerancia se entiende por el amor, y el amor por la tolerancia.
¿Hay alguien que se entrena a perder? Para quien quiera perseverar en una relación de pareja debería ser una buena práctica, porque por más que se espere la concordia, por una simple ley de probabilidades, al menos en una tercera parte de las veces que se discute es posible que se haya de terminar cediendo, porque se haría insostenible una relación en la que ninguno cede o que siempre cede la misma parte. Cuanto más se entrena el perder, tanto más se gana, ya que crece la tolerancia y se afianza la perseverancia de la vida de relación.