SABERSE LIBRE
Uno de los factores que influyen en la depresión moral de la sociedad es la pérdida de la conciencia de libertad. Cada vez más, los hombres y las mujeres del mundo moderno se consideran hasta tal puto condicionados por el entorno que llegan a pensar que su obrar no es más que la respuesta personal al estado de necesidades creado entre el consumismo y la masificación social. Desde los ricos, que han de emplearse en los menesteres del protocolo, hasta los pobres, que consideran irreductible la mala suerte de sobrevivir en la tediosa vida de la monotonía, pasando por los artistas, que han de convivir con el glamour, todos advierten en cuánto su vida transcurre etiquetada. Es la mayoría de una generación de progreso -como nunca lo hubo en la humanidad- quienes consideran deprimente que sus vidas vengan tan condicionadas a lo que han de ser. Gustarían de la experiencia de diseñar los espacios sociales donde vivir, no porque los nuevos hubieran de ser más perfectos, sino porque en la tarea de construirlos se justifica la esencia de vivir.
Quizá no se percaten quienes sufren esta limitación que la libertad es una facultad de la mente y el alma, y que si el ser humano puede ser libre es porque reconoce la capacidad de serlo, la asimila y la interioriza; sólo en cuanto la hace suya puede ejercerla dirigiendo los mismos actos que habría de hacer por naturaleza o rutina. La libertad humana tiene su causa en un conocimiento intelectual, no sensible, que le hace reconocerse como una potencia creativa, trascienda o no de sí a la materialidad de la vida habitual; pues sólo quien se sabe libre puede llegar a apreciar la libertad en las aplicaciones de su existencia vital.
Es dominio común que aquello que no se sabe es porque, aunque se pudiera apreciar su existencia, se desconoce la causa que lo justifique a la razón, porque la ciencia como contenido intelectual no es otra cosa que el saber las causas últimas de cada aplicación que se da en la naturaleza. Cuando las causalidad es material, se recurre a la experimentación, y cuando se considera inmaterial se procede desde la intuición psíquica.
¿Hasta cuánto cada persona goza de experiencias de libertad? ¿Hasta cuánto cada persona se detiene a razonar sobre su libertad? La primera alcanza respuesta sólo desde la segunda, si se ha de distinguir lo que pueden ser sensaciones de libertad a experiencias intelectuales de la misma. Las primeras se siguen más de las emociones somáticas que dejan huella en la memoria, pero las segundas se asientan en la mente como verdaderos actos de razón sólo si responden a experiencias juzgadas como tales por el intelecto, lo que realmente constituye el conocimiento.
La aplicación más trascendente de saberse libre no está en cómo se obra, sino en por qué se obra, y ello avalora en un alto grado la propia personalidad. La última respuesta que confiere el conocimiento de la libertad al por qué se obra es la decisión que descubre el reducto íntimo del hombre, donde radica la voluntad personal.
El saberse libre confiere a la persona humana la paz interior de conocerse habitando en un dominio propio que no puede llegar a ser manipulado por las determinaciones externas, sean del tipo que sean, que en todo caso se valorarán como condicionantes que presionan sobre el ejercicio de la libertad sin que haya de lograr doblegarla.