TRABAJAR CON HONRADEZ
Una gran proporción de nuestra relación con el resto de la humanidad la realizamos mediante el trabajo profesional, en lo que en él desarrollamos la honradez determinará en gran manera que podamos reconocernos como personas honradas. Existen quienes conciben la vida profesional exclusivamente como un ámbito de negocio, cuyo fin de rentabilidad justifica todos los medios, desentendiéndose de responsabilidad más allá de la eficacia productiva. Éstos parece que dejan la ética personal en el control de acceso al puesto de trabajo y la retiran al salir para convertirse en personas respetables y honradas en el resto de su actividad social.
Uno de los factores que favorecen ese inhibicionismo ético procede en un gran número de casos de una supuesta dación o entrega a la empresa o al negocio de la propia personalidad, por la que la responsabilidad se valora exclusivamente en criterios de servicio a la entidad y no de valoraciones de honradez en el trato con compañeros, clientes y proveedores. Quienes obran así yerran al concebir que las sociedades mercantiles son las destinatarias de la dedicación profesional, cuando en verdad cualquier corporación no es más que un medio en una relación que, en último instancia, es entre cada persona y el resto de la sociedad. Considerarse dependiente en la la ética de la actuación profesional de la entidad laboral en la que se trabaja es rebajarse a la condición de esclavo.
La presión que cada cual puede sufrir respecto a su integridad ética en el trabajo suele estar determinada principalmente por dos factores: La necesidad del trabajo y su retribución para sobrevivir, y la esperanza de medrar y ascender de categoría en la empresa. La primera parecería justificar la posición de inhibición de la responsabilidad, tanto por el grado de necesidad como de la aplicación de órdenes imposibles de contestar o contradecir. El gran problema de trabajar así está en que no sólo se pierde la referencia de la dignidad personal, sino que se contribuye a una corrupción ética de todo el sector laboral. Cada vez que se transige con un acto que entraña una lesión a la propia honradez, se repercute en que el entramado laboral sea menos lícito.
Cuando un factor que induce a la falta de honradez proviene de la ansiedad de promoción, la responsabilidad es mucho mayor, ya que lo que se hace es justificar una mayor productividad ilegítima que, además de beneficiar a la empresa, tiene como fin un beneficio personal. Estas actitudes, las más de las veces, están respaldadas por la política de empresa, que directa o indirectamente induce a formas de trabajo incompatibles con la ética, porque los mismos propietarios o directivos consideran que el ámbito del negocio es, de por sí, inconciliable con la ética.
A veces se aduce la falta de consenso en la sociedad sobre cuáles sean los criterios éticos que deben regir en el desempeño del trabajo. Para algunos la identificación del bien, como el fin de la ética, no es aplicable al mundo de los negocios, porque el negocio es una relación que se establece con fin de lograr un beneficio propio. El bien que se debe generar en contraprestación ha perdido en la sociedad contemporánea liberal su naturaleza, y sólo mantiene su referencia en cuanto causa de un beneficio. Perdida la referencia del bien, que se interpreta como exclusivo del trabajo altruista, queda al menos como valoración ética el respeto a la verdad. Quien disimula la calidad, altera la medida o engaña en el precio; quien falsea contratos, facturas o albaranes; quien falta a la palabra dada y olvida a sabiendas acuerdos verbales; quien recurre a testigos falsos o se niega a aceptar el testimonio legítimo; y en general quien falta a las leyes o recurre a cualquier argucia o trampa para lograr su propósito, con conciencia de sentirse agredido si estuviera en la parte opuesta de la relación, pierde la honradez que le exige la sociedad y que debe exigirse cada persona, más cuando se exige el derecho al trabajo como un bien que debe ser protegido y potenciado por el orden social.