PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 60                                                                                         ENERO - FEBRERO  2012
página 9

RECTIFICAR

 
Reconocer el error es una de las actitudes dificultosas para el ser humano, ya que implícitamente contiene una quiebra de la racionalidad, que es lo esencial del hombre. Por ello cuesta tanto admitir en el fuero interno propio y ante los demás la equivocación. El orgullo impide reconocer la defectividad que entraña no obrar del todo tan correctamente como se habría de esperar según la cualidad propia del ser. Ese no ser perfecto, que humilla a la persona humana, es lo que cuesta reconocer a cada persona cuando comete un error.
Si es dificultoso dar el primer paso de reconocer el error, mucho más lo es el segundo, el que consiste en rectificar el daño causado por la obra incorrecta. Este segundo paso lo da tan poca proporción de personas, que la sociología sólo lo ha asumido en un mínimo de casos previstos por la ley, por lo que la sociedad ha concedido la cultura de no tener que rectificar en una mayoría de las veces en que se cae en el error. Lo propio de un ser humano competente sería rectificar siempre sus errores, al menos en cuanto sea posible, porque ello recupera para el sujeto la perfección del ser que le es propia.
Considerado individualmente es muy probable que cada error y sus consecuencias sea despreciable para la trascendencia de la humanidad, pero considerado en su conjunto supone una terrible carga social que pesa cada vez más sobre la espalda de la humanidad. Sociológicamente la actitud de rectificar, no sólo de reconocer el error e incluso pedir excusas, es de máximo interés, ya que el relegarlo hace que la conciencia de sociedad entera cada vez sea peor. En esto la filosofía social, que estudia la perfección del ser en su relación social, es mucho más exigente que la sociología, que asume que la propia defectividad humana para obrar siempre bien es la que se proyecta en incapacitarle para rectificar. De este modo se instituye el hábito social que admite como propio de cada comunidad la mayor o menor tolerancia del mal.
Si prevaleciera el hábito de rectificar, la sociedad se aprovecharía no sólo del bien con que se compensa un error, sino que cada sujeto aprendería a distinguir mucho mejor el error y sus causas, y se motivaría a evitarlo en un futuro. La responsabilidad que esta actitud entraña hace a la sociedad mucho más perfecta y mucho más sociable, pues detrás de cada error sin rectificar se esconde el desprecio hacia el afectado.
Son muchas las equivocaciones inadvertidas que no se constatan y los errores irreparables para aumentar la desviación global de la humanidad de su recto itinerario con la desidia de rectificar justamente cualquier daño causado del que se posea conciencia, con la excusa de la minia importancia, que consolida una tendencia de actuar que grava el propio modo de ser de la persona humana.
El inconformismo social suele juzgar las desviaciones sociológicas precedentes, pero quizá no alcanza aún el grado de madurez para juzgarse a sí mismo por la coherencia del obrar y la valentía de rectificar.