PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 61                                                                                         MARZO - ABRIL  2012
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EDUCAR PARA SER SUJETO

 
En la difícil tarea de educar es conveniente no olvidar la naturaleza más profunda del ser humano, para que esa labor se caracterice en potenciar los valores que logren hacer una buena persona. La filosofía, en cuanto ciencia que desvela la naturaleza de cada ser, puede ser de gran ayuda a la pedagogía orientándola en el fin del cómo ésta debe trabajar. Enseñar a ser buenas personas a veces exige un gran incorformismo respecto a la sociedad en la que se vive, ya que la inercia social favorece una pedagogía de sumisión a las costumbres, como si cada nueva generación tuviera ya un destino marcado.
La ontología del ser reconoce que cada ente es objeto respecto a los demás seres por los que puede ser conocido, y también sujeto en la relación con los objetos que puede conocer. Esas dos posiciones corresponden en el más alto nivel a la persona humana que es sujeto de los actos que se siguen al conocimiento de todos los seres con los que se relaciona, incluso sujeto consigo mismo en la medida que se conoce, y objeto de cuantos seres pueden conocerle, por excelencia cuando ese conocimiento le integra en un grupo social, o cuando se conoce a sí mismo.  Esta doble  perspectiva del ser como como sujeto y objeto cobra una gran relevancia en el ser humano cuando cada persona precisa definir su identidad como objeto próximo de la propia conciencia.
Enseñar a ser es enseñar a ser sujeto de la realidad que se vive, según la identidad creativa del ser humano, que debe ser reconocida y potenciada en todos los ámbitos de la educación. Formar intelectualmente a mujeres y hombres es principalmente desarrollar su capacidad creativa y sólo secundariamente transmitirle el conocimiento de la ciencias y las técnicas donde aplicarlo. Aunque la capacidad creativa está innata en cada personalidad, su desarrollo no sólo va a depender de la técnica adquirida, objeto próximo de la pedagogía, sino también de la consolidación de la conciencia de poder hacer, o sea, de ser sujeto.
La percepción del ser humano, como casi todos los demás seres vivos dotados de conocimiento sensible, induce a aprender que se vive en una realidad consolidada en su materia y forma, donde cada cual se integra según el propio modo de ser de su especie. Se aprende a hacer lo que otros hacen, especialmente según el ejemplo de los mayores, y se siguen normas de comportamiento que se asumen en la conciencia como un código de necesaria relación; pero la progresiva percepción de esa misma realidad manifiesta muchas incongruencias con el código, muchas justificaciones de su contenido y muchas contestaciones. Es en ese juicio donde se desarrolla la mentalidad crítica que debe ser correctamente respondida con la noción de garantía de la libre creatividad. Si la pedagogía se aplicara sólo en la dirección de salvaguardar la coherencia social, estaría defraudando las expectativas de justificación de las carencias de la misma, lo que se ha de reconducir en el sentido opuesto, o sea, generando la potencia de superación de aquellas contradicciones, lo que sólo se consigue favoreciendo la conciencia de actuar como sujeto creador.
Es mucho el pesimismo que invade a un sector amplio de la población que considera tan desordenada la sociedad actual que la repudia como ámbito adecuado para la educación de sus hijos. El consumismo y la crisis de valores les hacen considerar a sus hijos como víctimas, sin tener en consideración que cuando piensan así están reduciéndoles a su condición de objetos vulnerables más que a su dimensión de sujetos creativos capaces de reconducir los valores en crisis a valores en alza. Es muy posible que la dejación de los padres para luchar por hacer prevalecer sus ideas sobre sus hábitos conformen su visión negativa, pero si no se consideran capaces de rectificar, al menos no deberían cejar en la prevalencia de educar a sus hijos como sujetos sociales capacitados para construir una nueva sociedad a la medida de su sana mentalidad, y no como objetos de unas relaciones sociales mercadas por la desidia en decidir vivir como se piensa, sometiéndose al oculto interés de quienes imponen la ley de las formas de consumo.