PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 61                                                                                         MARZO - ABRIL  2012
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ASCÉTICA Y MÍSTICA

 
La teología suele concluir en dos caminos para el encuentro o relación del hombre con Dios. Uno de ellos, llamado ascética, estudia las mejoras de las condiciones personales para progresar en el acercamiento a Dios. Trata de la disciplina personal para lograr realizarse como el ser semejante a Dios que consigue su complacencia y bendición. Es la potenciación de lo espiritual para alcanzar la pureza de espíritu que anteponga a Dios a cualquier otro bien. El otro camino, la mística, estudia cómo disponerse para recibir el amor de Dios. Los dos caminos suelen presentarse complementarios, pero cuál se priorice es lo que caracteriza a las religiones y define las reglas que proponen para que el hombre alcance agradar a Dios. Uno y otro se podrían sintetizar en que la ascética busca la amistad con Dios partiendo de la iniciativa humana, y la mística contempla la acción divina.
Las normas para la ascética se fundamentan en el esfuerzo y la voluntad, en el querer ser y en el querer hacer, en la lucha por la superación y en un itinerario de perfección. Su método es lograr el progreso en las virtudes, de modo que se afiance en la personalidad los modos de obrar de acuerdo a lo que se considera, según la doctrina de cada religión, la voluntad de Dios para el ser humano.
La mística se fundamenta en dejarse querer por Dios. Su actitud pasiva parece que la hace irrelevante e impropia de un ser libre dotado de inteligencia y voluntad. Parecería que la religión en cada hombre debiera estar proporcionada a la intensidad de su acción, a su preparación intelectual en el conocimiento de la historia y las ciencias espirituales, a su adiestramiento para los oficios religiosos, en el reconocimiento de su ejemplaridad. Sin embargo, si se tiene en cuenta el ser de Dios y el ser humano, habrá que reconocer que la mayor parte de la religión debe atribuirse a la iniciativa de Dios que justifica la posibilidad misma de toda relación del hombre con Dios. Desde esa perspectiva, la mística adquiere toda su importancia como el modo de obrar del hombre para no estorbar la acción de Dios.
La relación espiritual, por su misma naturaleza, es una relación desinteresada, porque todo lo espiritual alcanza su perfección en poderse realizarse como ser, pues al carecer de materia no precisa regenerar su limitación, fin de las relaciones materiales. Todo espíritu busca realizarse según su modo de ser, y la mística facilita comprender por la experiencia interior, que en tanto en cuanto el hombre y la mujer se dejan querer por Dios le facilitan que se realice en su capacidad de amar. Ahí se descubre un sentido nuevo a la religión, por el que la relación se constituye como el consentimiento libre del reconocimiento del amor de Dios.
Con mucha frecuencia en la historia de la religión se ha primado la ascética como el modo de dominar el cuerpo para que el alma humana fuera dueña absoluta de la voluntad, pero ello no garantiza la aproximación al conocimiento de Dios si no se produce la humilde expectación fruto de la experiencia interior de la realización de Dios, lo único que se puede conocer de la esencia de Dios. Frente a los que creen que la mística es un descubrimiento de la intimidad de Dios, habría que preferir conjeturar que sólo sea la experiencia de la intuición espiritual de su amor, a la que lo más que cabe es responder dejándose querer, lo que reafirma una relación que se significa como devolverle el amor.
Sin negar lo mucho que la lucha ascética pueda contribuir a la profundización de la mística, es bueno no perder nunca el sentido de la religión como la respuesta en una relación de iniciativa divina, porque lo contrario puede producir muchos religionarios del propio método ascético, vacíos de auténtico contenido en relación con Dios.