PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 61                                                                                         MARZO - ABRIL  2012
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EL TRATAMIENTO DE LA MATERIA

 
La acción humana recae sobre la materia, o sobre las personas, o sobre entes de razón, como pueden ser el tratamiento de las matemáticas, los imaginarios literarios, la especulación filosófica, etc.  Cuando se tratan entes de razón, precisamente porque están en la razón y no en la realidad, el objeto no es perjudicado por un trato inadecuado, lo más que puede ocurrir es que se lleguen a concretar y difundir ideas inadecuadas que pudieran luego ser perjudiciales por su influjo en el actuar sobre personas o cosas. Si la acción recae sobre realidades materiales, los beneficios y perjuicios pueden calificarse desde dos aspectos distintos: Que lo sean sobre la perfección de la cosa, o que lo sean sobre el bien o mal que repercuta al ser humano. Si la acción recae sobre personas puede distinguirse que sea favorable o no, tanto para el cuerpo como para la mente. La ética califica todo el bien que en cualquiera de esas circunstancias pueda derivarse.
En el siglo pasado ha comenzado a considerarse la responsabilidad que los actos humanos tienen respecto a la naturaleza en toda su extensión, pues anteriormente el bien se fijaba únicamente respecto al provecho para el hombre, o en algún caso sobre otros seres vivos. Ahora también se considera, y cada día más, el bien que se puede hacer sobre el sistema de las realidades materiales, como preservación propia de su propio modo de ser, aunque no influya directamente sobre el ser humano. Este progreso de la conciencia ética va poco a poco poniendo en valor la armonía de la cosmología -sobre la que el ser humano aún no ha logrado influir- y la naturaleza ambiental, así como percibiendo que ambas constituyen el entorno favorable que ha permitido desarrollar el ser vivo.
El tratamiento de la materia por el ser humano, para facilitarse una mejora de vida, ha sido el recurso esencial de su creatividad, y ello, cuando han pasado miles y miles de años, empieza a ser objeto de su ética los límites admisibles de su intervención, muy especialmente cuando se ve capacitado para retocar los elementos primarios de la constitución de la materia. Un ejemplo está en la fisión del átomo, con sus secuelas, no sólo por su posible empleo destructivo, sino por la permanencia contaminante de su radiación. Introducir esas variaciones genera nuevas variables, cuyo efecto sobre el orden natural y el bien existente no son siempre fáciles de predecir. Por ello repercute sobre la ética del comportamiento humano, porque aunque pueda parecer que todo acto científico, en cuanto ilustrativo, sea bueno, en su fin puede ser muy contrario. Así, el acercamiento del hombre a la materia debería seguir un cierto código ético que le asegure su competencia en el bien.
Se pueden establecer cuatro niveles:
  1. Que sea favorable tanto para el ser humano como para la otra materia.
  2. Que sea favorable para el ser humano, pero perjudicial para la otra o terceras materias.
  3. Que sea favorable para el ser humano particular, pero perjudicial indirecto para terceros seres humano, con indiferencia del resultado para la materia.
  4. Que sea desfavorable para el ser humano, pero regenerador para la materia.
No se contempla, por absurdo, un posible quinto nivel que sería que se siguiera consecuencias desfavorables tanto para los seres humanos como para el resto de la naturaleza.
El objeto de la ciencia está en el conocimiento del sistema universal y su fin en el aprovechamiento en favor del ser humano, que es quien es el sujeto de la ciencia. Si la acción científica genera bien para la humanidad y es inocua para la naturaleza, no existe conflicto ético. Este nace cuando el bien para la humanidad degenera la materia de su orden natural, o genera otras alteraciones en la naturaleza que directa o indirectamente constituyen un mal más o menos futuro para el ser humano. El mal que se produce, o se podría producir, es el que contrarresta la percepción ética del bien aparente.
Aproximarse al tratamiento de la materia con prevención de calibrar qué se hace, para qué se hace, y hasta dónde y cuánto se puede obrar debería ser un precepto, ya que algunos experimentos a pequeña escala pueden resultar despreciables como contaminadores, pero cuando se generaliza su uso la suma de infinitésimos puede lograr un efecto grave, más si se perpetúa sin descontaminar sobre la naturaleza. Es cierto que todos los recursos de alteración del orden natural por el hombre proceden de elementos materiales que ya estaban allí, pero las sinergias pueden generar alteraciones con efectos perjudiciales en el medio, por mucho que el fin pueda considerarse inocuo o favorable. La alteración por ser alteración no es ni buena ni mala, pues su potencialidad ya estaba en la misma materia, y muchas veces puede ser un efecto regenerativo que la inteligencia humana adelanta a la evolución de muchos cientos de años. Es necesario querer saber todos los efectos y valorar en cada alteración los pros y los contras para todas las partes del complejo mundo material, y no sólo si lo es para el beneficio próximo del ser o seres humanos que lo propician. Esa visión más alta de la trascendencia que de la utilidad constituye una referencia ética de la relación del hombre con su entorno natural.