PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 61                                                                                         MARZO - ABRIL  2012
página 6

EL DOLO EN LA JUSTICIA

 
El dolo, la mentira, el engaño, es un concepto, que se opone radicalmente a la justicia, porque ésta consiste en dar a cada uno según su derecho, y el derecho se sostiene por la verdad que reconoce en el fuero interno y externo la legitimidad de una realidad. Mentir supone intentar falsear la realidad, negar la legitimidad, burlar el derecho y atentar contra la justicia.
Pese a que la oposición entre justicia y dolo es radical, muchos ciudadanos lo relativizan, considerando que uno y otro concepto admiten una adhesión más o menos fuerte según el dictado de una moral de situación que valora de acuerdo al interés personal que se reporta de la justicia y de las circunstancias sobre las que se expresa la mentira. De hecho, toda mentira se construye con el fin del propio interés, pero lo que no es aceptable es que se considere que la justicia sea el reconocimiento de ese mismo interés.
En la costumbre y tradición de los pueblos, la idea de la justicia presenta un arraigo más o menos uniforme. Incluso las opiniones críticas a la justicia se fundamentan mayoritariamente en la injusticia real que a veces se aprecia cuando se imparte justicia legal. Puede ello provenir tanto de la inconsistencia jurídica del poder legal, como de la inocuidad de los jueces que la administran. Pese a todo ello, hay un consenso general en la ciudadanía de que la justicia debe velar como garante del orden social.
La consideración del valor de la verdad en la sociedad varía mucho de unas culturas a otras, porque unas tienen enraizado el valor de la verdad en sí, y otras sólo la apariencia de verdad. En las primeras se detesta la mentira; en las segundas, que se descubra la mentira.
Conjugando intereses y pasiones se puede llegar a concluir que, aunque en todas las culturas se ha puesto la verdad al servicio del propio interés, en algunas más que en otras la tolerancia social con la mentira es mayor, de modo que llega a considerarse apropiado mentir para defenderse, sin que ello se aprecie un agravante respecto al valor moral que el acto sobre el que se miente pudiera revestir.
Lo más grave del dolo es que pueda ser reconocido como parte integrante del procedimiento de la administración de la justicia, como forma propia de ser de una cultura, de modo que en el procedimiento de defensa se puedan articular declaraciones falsas o inducir hechos probatorios que se saben contrarios a la verdad. Ello es admitir que cualquier parte: acusatoria, defensa, demandante o demandado pueda ante el mismo tribunal construir una parodia de la justicia.
El deber de colaborar con la justicia no puede substraerse par quien ha cometido un delito, porque la aplicación de la justicia no busca tanto castigar a un culpable como resarcir el derecho infringido, y por ello no puede admitirse sin culpar el acto de quien mintiera al tribunal para confundirlo. Se puede guardar silencio, como derecho a no declarar, pero nunca el de declarar contra la verdad.
Mucha mayor responsabilidad se debe pedir a los letrados, por ser profesionales de la justicia, quienes no pueden amparar en el engaño la estrategia de defensa de su cliente. El afán profesional por ganar los litigios debe ir parejo al deber deontológico por preservar en todo el proceso el principio de verdad que exige la gestión de la justicia. Podrá el cliente engañar a su letrado, pero lo que no debe hacer el profesional es amparar esas mentiras y secundarlas, y menos aún propiciarlas, pues no es extraño el caso que fuera el mismo abogado quienes indujera a su cliente a sostener la defensa en una versión de los hecho contraria a la verdad. Lo mismo, fiscales y abogados de la defensa deben exigirse el rigor de verdad al valorar las condiciones del caso, y solicitar penas ajustadas, y no excederse en el celo profesional que podría hacer que recayera una pena injusta sobre el culpable.
No ha sido extraño a la acción de la justicia tener que enfrentarse con entramados jurídicos de abogados integrados en las bandas y mafias de delincuentes. Estos, cuyo fin es hacer triunfar el crimen sobre la justicia, se encuentran teóricamente legitimados pro el sistema para intervenir como garantes de derechos, cuando su fin y dedicación es lograr la impunidad de sus organizaciones. Su propia condición de expertos en la justicia les lleva muchas veces a organizar la extorsión a la acción judicial, recurriendo a la tergiversación de los procedimientos que la ley establece como garantías procesales.
El dolo en la justicia también afecta a la actuación de los ciudadanos que forman pare de los jurados. Mentir en los veredictos, dejándose llevar por sentimientos de afinidad, intereses de grupo o sucumbir a presiones, da como resultado el peor posible: aplicar la injusticia.
Es muy posible que un alto porcentaje de la presencia de la trampa en la justicia sea el reflejo de la tolerancia con la mentira en la sociedad. Si el valor de la verdad está devaluado, ¿en qué se sostendrá el valor de la justicia? Será necesario que la sociedad abogue porque la misma justicia sea quien se exija ser ejemplar, depurando responsabilidades de quienes hacen del dolo su instrumento para burlar la aplicación de la ley.