EL TALÓN DE AQUILES DE LA DEMOCRACIA
El sistema democrático es muy probable que sea uno de los mejores modelos políticos para la sociedad, posiblemente el menos malo o el más logrado de los experimentados, pero no deja de presentar muchos puntos débiles que, a veces, hacen dudar de su idoneidad. Su gloria y su lacra está en que condensa la voluntad ciudadana, y es ésta la que en muchos casos no ha alcanzado la cultura democrática precisa para avalar el buen funcionamiento de las instituciones.
Se puede pensar que el sistema democrático pueda fallar porque la ciudadanía no alcance el suficiente grado de instrucción cultural para saber elegir a sus mejores representantes, o poca capacidad para discernir correctamente el comportamiento se sus gobiernos. Estas posibilidades son ciertas, pero nunca se debe olvidar que la grandeza de la democracia es que, al dejar opinar y decidir a todos los ciudadanos, las deficiencias de unos se compensan con la opinión de las mayorías. La democracia se fundamenta en que todo el mundo posee un sentido común que le hace diferenciar el bien del mal, y ese es el que garantiza que, a pesar de las deficiencias, se evalúe positivamente al sistema.
A diferencia de la capacidad cultural de los ciudadanos de cada Estado, que en un momento dado es la que es, aunque se deba trabajar por mejorarla, existe un problema que desprestigia enormemente a la democracia, y se trata de que pueda favorecer un enfrentamiento ente la población por polarizar las posturas, de modo que se busque en la práctica de la realización política más el vencer y hundir al contrario que él interés común de todo un Estado. Esta visceral actitud política que se aprecia aun en Estados de larga tradición democrática es semejante a la radicalización religiosa que llega hasta al enfrentamiento armado de comunidades de un mismo país. Esto se acrecienta tanto más en una sociedad bipartidista que polariza la política en una desacreditación permanente del contrario, aunque ello lleve implícito el desprestigio de la política de Estado.
El escenario político de algunas democracias se asemeja más a una competición deportiva de rivales eternos, en las que deja de interesar el juego, que es quien hace posible la competición, para desfogar los odios reprimidos en la victoria sobre el adversario a cualquier precio.
Se puede afirmar que el talón de Aquiles de la democracia es esa deformación de muchos políticos que, elevando a categoría tan trascendental sus ideologías, trasladan a la ciudadanía la percepción de que la democracia es una confrontación regulada de doctrinas e intereses de casta, clase, confesión o regionalismos cuyos fines particulares se anteponen a los que pudieran ser los comunes para todos los ciudadanos. Se prima así el sectarismo de las facciones de la sociedad a la cooperación de todas las tendencias por lograr el progreso político de la nación.