AUTOESTIMA
El concepto de autoestima ha tomado muchas relevancia en los últimos decenios, y comprende este término la puesta en valor de cada uno para sí mismo. En ello juegan mucho los valores, pues una vez afianzado estos como modelos de la personalidad, el ajustarse a los mismos generará la calificación propia, a la que no escapa ninguna conciencia. De ese juicio se enriquece la autoestima, o si es negativo mengua lo que uno pueda apreciarse, aunque en general se es de ordinario bastante tolerante con las propias deficiencias.
La autoestima va a estar condicionada del nivel de los valores que se consideran como ejemplares y del grado de coherencia de las propias obras con ellos. Hay quien puede poner muy alto el nivel de referencia, pero luego ser muy laxo con su juicio sobre las propias obras. También, todo lo contrario, hay quien tiene referencias más accesibles, pero fundamenta su justificación en un grado de cumplimiento muy estricto. O sea, que con esas variantes de ideal y actuación pueden darse varias aproximaciones del resultado de la autoestima.
Una distinción que va a tener una trascendencia muy importante para cada persona es si su autoestima va a depender del valor con que uno mismo se juzga o del valor con que pueden juzgarle los demás. Es bien sabido que socialmente conviven periodos en los que la honra, como valor que los demás te dan, es lo más importante; y otros en los que es el honor, el valor que uno mismo se reconoce, el que cobra la máxima relevancia. En los tiempos modernos parece que sea el juicio de la propia conciencia el que se imponga sobre el concepto que se pueda tener para los demás, pero esta afirmación parece más gratuita de lo que pueda imaginarse, pues cuando se estudia a fondo la personalidad común se descubre cuánto mucho cuenta el juicio ajeno.
De este modo la autoestima puede variar según el valor que cada uno se da, frente al que los demás le dan. En función de que la propia conciencia se haga más dependiente de uno u otro, así la autoestima dependerá de la coherencia de cómo los demás te valoren. Esta última tendencia siembra mucha más inquietud sobre la personalidad, ya que, conociendo que el juicio ajeno va a depender de la apariencia, se mantiene la duda mental de si será más adecuado desvelarse como se es o como se gustaría ser. Lo que consigue que la autoestima empiece a depender de varios factores: 1º La capacidad propia para representar las formas con que se desea presentarse. 2º La capacidad de juicio que se otorga a los demás. 3º El conocer si la percepción que se recibe del juicio ajeno es auténtica. 4º La afirmación de que los valores que estima la sociedad sean definitoriamente asumibles.
La autoestima debería ajustarse en cada persona al concepto de realización personal según la forma ejemplar que se forja en la conciencia por lo que pondere que genera el bien. Aunque quede limitada por lo muy probable que la difusión del bien que cada persona llega a hacer a lo largo de la vida ni siquiera se alcance a conocer. Ajustar la autoestima al conocimiento de los demás supone una limitación para el propio modo de ser, ya que sólo es posible conocer una parte de lo que cada cual haya podido beneficiar a otros, y aunque es muy reconfortante para la realización personal conocerlo, lo es más si se valora el bien posible a realizar según se gobierna el ejercicio de la propias decisiones de obrar.
La autoestima puede consolidarse, por tanto, por varios influjos. Uno, la propia introspección por la que se juzga la decisión última de la conciencia; otro, por la repercusión de lo propio sobre los demás; otro, por la influencia del juicio ajeno sobre las obras propias. Es muy probable que la más perfecta sea la que se alcanza por el primero, pero también la que puede pasar más desapercibida si no existe el hábito de pararse a reflexionar sobre uno mismo. La más imperfecta sea la que se sigue del halago externo, pero, por el contrario, es siempre la más sencilla de percibir.