RETORNO A LA ESCLAVITUD
La independencia y la libertad pueden ser consideradas como una determinación social o como una consideración personal. En el ámbito social esa determinación vendrá marcada por las necesidades en que se dependa de los demás y por la capacidad de que reste para ordenar las propias decisiones. En la consideración interna de cada particular, la libertad será tanta cuanto cada uno sea capaz de entenderse dueño de su propio destino. Esos dos ámbitos de determinación se ciernen sobre cada persona, y aunque en la propia conciencia la capacidad de resistencia es muy alta, en la realidad social los espacios de independencia y libertad se ganan y pierden según sea el sistema por el que se rija la colectividad.
Uno de los determinantes sociales que confiere más o menos independencia a los integrantes de un grupo social es el trabajo y el entorno y condiciones sociales en que se realiza. Una razón de ello es que el trabajo es uno de los modos de integración de los individuos con el grupo, configurando en gran parte el grado de dependencia de esas relaciones. Aunque por las actitudes personales cada cual es distinto dentro del ámbito laboral de una comunidad, desde el aspecto del compromiso social sobre todos debería afectar una igual consideración, siendo ello lo que va a marcar el grado de libertad que caracterice a la forma social que se adopte. A los más dotados sus cualidades les estimulan a dominar sobre los menos capacitados, y estos para su defensa han de protegerse concertados. Desde que la humanidad descubrió la especialización del trabajo como forma de mejorar su progreso, el dominio y la concertación de unos con otros han determinado el sistema de producción del que depende desde el primero al último integrante de la sociedad.
Las relaciones laborales pueden establecerse en el marco del mutuo respeto de los derechos naturales de cada persona, o en la sumisión y dependencia de unos para otros. Estas dos posibilidades son antagónicas, y cada una de ellas va a determinar en más o en menos la independencia y libertad. El hecho histórico es que las más abundantes han sido las de sumisión y dependencia, violentando así el derecho natural, que tan sólo con mucho esfuerzo se ha logrado hacer prevalecer como el signo de la modernidad. Pues, en contra de lo que pueda parecer, la perfección social se haya más ligada al hecho de respeto de los derechos que en sí a la prosperidad económica, aunque una y otra guardan una importante correspondencia.
La crisis económicas, como la actual, tienden a reformular el sistema, como si el mismo fuera la causa de la crisis, porque con frecuencia no se distingue que es la economía la que depende de la sociedad y no la sociedad de la economía. Del mismo modo, las crisis no son producto de las libertades que consagra el sistema, sino de la deficiente gestión del sistema. Los problemas económicos se deben resolver en el ajuste de las relaciones económicas entre los miembros de la sociedad y no en el ajuste de la cualidad de las relaciones laborales. Por el primer camino se preserva el bien común, el segundo disgrega la sociedad.
Cuando surge la crisis, uno de los valores que más se ve perjudicado es la cohesión social, bien porque hay quien cree que su estatus es únicamente debido a su esfuerzo, y no acepta que la crisis lo altere, o porque resurjan antiguas referencias emocionales al baluarte de la jerarquía social que imponía la sumisión de unos a otros. La destrucción de los derechos laborales que han favorecido la cohesión social representa un retorno a un punto anterior que no garantiza la resolución de la crisis, sino una menos justa distribución de la riqueza real -cuya desigualdad es la causa próxima de la crisis, por la caída del consumo- y a la prevalencia de la sumisión por la relajación del derecho. La teoría liberal que, bajo la apariencia de la reivindicación de la libertad, pretende la libre negociación entre el capital y cada trabajador no deja de ser un retorno al sistema de esclavitud, ya que la diferencia de poder real entre el patrono y cada productor hace que éste esté a merced de aquel en todo lo que se refiere al ajuste de las condiciones de trabajo. Así la flexibilidad que se preconiza no es más que libre disposición del capital sobre los trabajadores para someterlos al imperio de su único interés. El libre despido, la eliminación de los salarios mínimos, la devaluación de los convenios colectivos, la obstrucción a la interlocución social... pueden defenderse como una estructuración liberalizadora de la economía como estrategia de garantía de progreso, pero no debe obviarse que esa aproximación al régimen de sumisión no favorece el desarrollo económico y social, porque al incrementar las diferencias entre pobres y ricos, reduce considerablemente el establecimiento de una clase media que con su capacidad de consumo es la que consolida la estabilidad y el progreso económico.
Es bueno no olvidar que los emprendedores tradicionalmente se han forjado en la experiencia y maduración laboral como trabajadores por cuenta ajena, y que de sus posibilidades de promoción dependen tanto el vigor de las empresas como las probabilidades de emancipación creando el propio negocio. El proceso integrador en cada empresa precisa de la corresponsabilización de todos los sectores, tanto capital, directivos como empleados, y ello no se logra cuando se vulnera el derecho a la seguridad en el trabajo, a un salario digno, a la aportación de la creatividad, a la seguridad ante los accidentes laborales, o a favorecer la conciliación familiar. En la medida que los costes de esos derechos están reconocidos de modo básico por la legislación estatal, pueden repercutirse por igual sobre los costes de explotación de todas las empresas y repercutirse homogéneamente en el mercado. La relajación de esos derechos sociales en el marco laboral, lo que favorece es la competencia desleal entre inversores, de modo que cuanto más próximo se está a las condiciones de esclavitud más margen existe para vender barato, para ampliar el mercado y para especular con buenos beneficios en el corto plazo, pero una economía así rompe la sociedad, y con ella el progreso y el beneficio común para todos en el medio plazo.