SELECCIONES DEPORTIVAS NACIONALES
En la actualidad -ya lo fue en la Atenas olímpica- el deporte ha adquirido una trascendencia que añade a los beneficios naturales que posee: El reconocimiento social. Los grandes deportistas son presentados como modelos a seguir -y a envidiar- para el resto de la sociedad, por lo mucho que ganan y porque su figura mediática les permite un estatus que, además de retribuirles doblemente con la publicidad, les eleva a representantes característicos del país.
Por lo que alcance su fama en las competiciones particulares poco se puede objetar, salvo las restricciones que se puedan criticar a la publicidad que se les dé desde medios de comunicación interesados indirectamente en su promoción. Si estos medios son privados, nada se podrá restringir a sus intereses. Cuando los medios son públicos, habría que sopesar hasta cuánto se exalta a algunos con detrimento de otros tan meritorios en sus respectivos deportes. Aquí también parece que los medios públicos supeditan su deber de informar al subjetivo deseo de los destinatarios de la información.
Un cuidado que la sociedad debe vigilar es no enaltecer a aquellos deportistas, hasta elevarlos a la categoría de ídolos, si su comportamiento personal no es ejemplar para la sociedad. Si no sería justo difundir sus defectos, en correspondencia tampoco lo es idealizarlos más allá de lo que su trayectoria profesional deportiva ofrece. Baste con informar objetivamente de resultados y méritos deportivos.
Atención especial merece el apartado de las selecciones en las que se compite representando a la nación. Para la mayor parte de los países, las reglamentaciones para participar se limitan a tener la ciudadanía del Estado correspondiente; otros son más exigentes y requieren haber nacido en el país o llevar un mínimo tiempo de residencia, para evitar nacionalizaciones de interés económico deportivo. Si el representar a la nación se concibe como un honor, no estaría de más que también se exigiera reciprocidad de los deportistas hacia su patria, de modo que existiera una correspondencia entre los beneficios posibles de esa representación y las responsabilidades que conlleva, para no crear imaginarios modélicos en la nación de quienes pudieran presentar restricciones de comportamiento honorable para con el deporte o la nación.
Exigir esa correspondencia personal del deportista con su comunidad puede abarcar desde la exigencia de la residencia en el territorio nacional a la de la correcta tributación al Estado de las retribuciones lucrativas que el deporte le depara. Ofrecen muy mal ejemplo patriótico quienes buscan residencias en paraísos fiscales para escatimar los impuestos que deberían hacer efectivos a su país, en igualdad de condiciones que sus conciudadanos. Quienes obran así, burlando la disciplina tributaria, podrán hacerlo al amparo de algún resquicio legal, pero parece que no depara un comportamiento lícito para quienes desean trascender como representantes de la ciudadanía en las competiciones internacionales. Es más digno que el Estado exija a sus federaciones la defensa de la ética de cara a sus ciudadanos, que los palmarés frente a otros Estados.