PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 63                                                                                        JULIO - AGOSTO  2012
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VENCEDOR Y VENCIDO

 
Aunque la calificación de vencedores y vencidos la suele conferir una realidad objetiva, existe en el fuero interno de la personalidad una propia retribución de la conciencia sobre lo que significa la victoria y la derrota.
Ganar o perder es fundamentalmente alcanzar o no un objetivo, algo que la conciencia personal valora de modo distinto según su grado de madurez. Hasta que la noción de éxito llega a ser la consecuencia de una experiencia personal, se considera un triunfo aquellos objetivos alcanzados que se definen desde el exterior, los que han creado expectativas sobre la voluntad, que tan sólo una vez alcanzados se llega a evaluar hasta cuánto reportan un sentimiento de victoria. Porque, frente a la apariencia del triunfo, es la conciencia quien retribuye si es aquello lo que realmente satisface las expectativas de la personalidad.
Cuando se es capaz de formalizar un proyecto, las victorias y derrotas se evalúan según se visualiza la realización del proyecto. Lo que hacia el exterior pueda aparecer como victoria, en la conciencia puede no serlo tanto si no cumple las exigencias que se propone la personalidad. Por el contrario, lo que puede parecer derrota no lo es tanto si supone un progreso de experiencia que corrige las irregularidades de la conducta en aras a un próximo progreso. Éxito y fracaso serán tan relativos como la especificación de la conciencia sea capaz de valorar según la perspectiva de realización de cada persona.
La filosofía del triunfador que se quiere transponer desde la sociología se encuentra con la dificultad de identificar cuáles son los valores con los que se pueden contrastar las condiciones de verdad del éxito, cuando la conciencia de cada persona a lo largo de su existencia ha ido seleccionando lo que realmente le retribuye como auténtica realización.
En parte este grado de retribución interior se especifica según las prioridades que en cada proyecto de vida se objetiven, pero siempre estas y aquellas lo son en función de que se haya tomado partido por cada una de ellas, lo que a veces va variando a lo largo de la vida. Lo que en una década pudo significar una victoria importante para la personalidad es posible que años más adelante haya perdido tanta trascendencia cómo que signifique una derrota porque impide la realización de otro objetivo más preeminente.
Las emociones que habitan en toda personalidad pueden ser proclives a apostar por victorias o derrotas ficticias, cuya implantación sobre la conciencia son fuertes pero tan breves que dejan poco peso en el alma. En otros las emociones están tan controladas que la victoria o derrota sólo se evalúa según el rastro que deja de eficiencia sobre la conciencia de realización. En los primeros la expectativa interior suele conectar con la exterior; en los segundos, muchas veces se diferencia tanto que la valoración externa del éxito coincide con la percepción interior de irrelevancia, y, sin embargo, el fracaso aparente supone una victoria en cuanto la personalidad ha permanecido fiel a sí misma.
Las victorias y las derrotas, reales o ficticias, suponen un reconocimiento interior de la personalidad que afecta determinantemente a la estabilidad mental, porque es esta la que aporta la información necesaria para el ejercicio de la voluntad. Un alma que en su realización se reconoce derrotada tenderá a evadirse de todo compromiso social; por el contrario, una conciencia cierta de victoria en su proyecto de vida ayuda a perpetuar su realización.