RECONCILIACIÓN Y RECONVERSIÓN
Las divisiones ideológicas entre naciones y dentro de un mismo país, e incluso los enfrentamientos partidarios dentro de comunidades tribales o familiares, con frecuencia fracturan la sociedad hasta constituir bandos irreconciliables que se guían más por el despecho que la racionalidad. Estas discordias perduran en el tiempo y se heredan, como si fuera un patrimonio, de modo que entran a formar parte del modo de ser y pensar sin que lleguen a objetivarse en muchos casos la fundamentación de esos enfrentamientos. Como si fuera un dogma, se educa y se crece un una de las posiciones ideológicas que sólo el rigor moral de una pequeña parte de la población sabe superar.
La conciencia de lo injusto que es, la más de las veces, juzgar como contrarios a aquellos con quienes se convive, sabiendo que si se hubiera nacido en esa parte se hubiera pensado y actuado como ellos, hacen que se exija con frecuencia, más con palabras que con determinación de las obras, una reconciliación de las partes que deje atrás y superadas las diferencias originarias de los conflictos. Pero también se tiene la experiencia de que decenas y decenas de años de solicitud de esa reconciliación no revierten en absoluto la posición partidista de la sociedad.
Es muy probable que la solicitud de esa reconciliación no obtenga ningún resultado porque pretende una inclusión social de criterios que no depuran previamente sus responsabilidades. La conciliación es un resultado y no un sistema de integración o casación de opciones enfrentadas. Muchas veces los conciertos políticos pretenden dar por hecha la reconciliación, pero luego en el día a día de las relaciones ciudadanas se observa cómo las partes se desarrollan en una paz ficticia en la que conviven esferas ideológicas en una tensión capaz de sostener permanentemente larvado el enfrentamiento.
Socialmente la auténtica reconciliación no puede provenir sino de una aversión a las causas que generaron y sostienen las diferencias entre ciudadanos y pueblos, entendiendo que la determinación de ellas sobre la forma de ser puede ser superada cuando se racionalizan valores que muestran formas de ser superiores. De alguna manera, la reconciliación sólo se logra por la superación del legado generacional mediante una nueva forma de entender la vida y las relaciones humanas que se enfrenta y rechaza el carácter de lo anterior por antiguo.
Es más adecuado plantear una reconversión personal como único camino para superar las tradicionales divisiones sociales, pues desde ella sí que se puede acceder a un estado de entendimiento por el consenso de aquellos valores comunes que en ambas partes se reconocen como patrimonio del modo ideal de ser. Ese itinerario puede estar alumbrado por una mayor implicación de la filosofía social en las directrices de la educación, de modo que las definiciones tradicionales que sostienen cada ideología se sometan al veredicto moral de cómo se ajustan a las condiciones de verdad capaces de sustentar una convivencia en paz y progreso.
La reconciliación sólo puede generarse por la superación de las distinciones, y de lo distinto a lo común sólo se accede por reconvertirse a un modo de ser que supere las condiciones que determinan la distinción. Algunos elevan a rango de libertad la distinción, pero en lo que corresponde al ser humano lo que le conviene es la diversidad de la personalidad y no la distinción del modo de ser, porque lo que caracteriza a una especie es poseer un mismo modo de ser, aunque haya quienes crean que es la sociedad quien engendra la clase en que haya de desarrollarse cada ser humano, lo que en su proyección social daría como resultante la estratificación de la humanidad, que sería la causa última de la mayor parte de los conflictos sociales.