CORTAFUEGOS
En los últimos meses se escucha nombrar el concepto de "cortafuegos" aplicado a la economía, como medida capaz de evitar la propagación del deterioro económico de unas naciones a otras. No deja de ser sorprendente, sin embargo, que apenas se hable de los cortafuegos como lo que realmente son, actuaciones previas sobre los bosques y en general la masa forestal para controlar que un accidental incendio no alcance a dañar catastróficamente a la naturaleza.
En lo que va de siglo se han registrado enormes incendios forestales en California, Grecia, España, Australia, Portugal... Cada uno de ellos ha permanecido activo varios días extendiéndose y consumiendo miles de hectáreas. Los medios de extinción han sucumbido en su esfuerzo de contener el fuego, y sólo la favorable evolución de las condiciones climatológicas ha favorecido apagar los incendios.
El desolador aspecto de la naturaleza calcinada a muchos les hace reflexionar si en pleno siglo XXI el progreso técnico no ha sido capaz de desarrollar sistemas cortafuegos que ante cualquier eventualidad se puede limitar la extensión de la propagación del fuego. Esos planes de protección deberían ser una prioridad para los Estados en aquellos lugares donde la posibilidad de fuego forestal sea elevada.
A mediados del siglo pasado se desarrolló tímidamente la idea de prevenir con cortafuegos los bosques de más valor y las zonas de más riesgo, procurando que los efectos de los fuegos forestales se pudieran contener limitando las posibilidades de propagación. Sin embargo, en la mayoría de los grandes incendios forestales del presente siglo los espacios quemados no contaban con planes de cortafuegos proporcionados que hubieran impedido o mitigado el riesgo de propagación.
Dado que los fuegos forestales representan inmensos daños para la sociedad y la naturaleza, por la pérdida de vidas humanas, patrimonio, deforestación, erosión, contaminación y desertización, los Estados deberían considerar prioritario la ejecución de proyectos de contención basados en cortafuegos que sectorizaran los bosques en superficies aproximadas de quinientas o mil hectáreas, interponiendo amplias bandas vegetales de escasa carga de fuego, para controlar de manera preventiva la limitación de la extensión de los incendios, coadyuvantes de la extinción por una pronta perimetración que permita una estabilización eficaz en la lucha contra el fuego.
La decisión de los organismos internacionales para disponer cientos de miles de millones de dólares para los cortafuegos financieros contrasta con el desinterés de los Estados para invertir unas decenas de millones para prevenir la destrucción de la naturaleza. Ello es reflejo de que el valor del ecosistema sigue estando depreciado para la mayoría de las ideologías frente a la especulación de los mercados. Aunque haya crecido la presencia mediática por el conservadurismo ecológico, lo cierto es que su reflejo sobre las políticas prácticas de protección del hábitat sigue siendo deficitario. Sería buena la exigencia colectiva de los ciudadanos a sus administraciones públicas de priorizar las inversiones de protección preventiva de la riqueza medioambiental, como obligación y responsabilidad de primera necesidad.