OLIMPIADAS PARA TODOS
La celebración de las Olimpiadas y otros acontecimientos deportivos de rango internacional ayudan a los ciudadanos de muchos países afectados por la crisis a gozar de un relajo en su inquietud. Por ello es de desear que esas competiciones puedan llegar a difundirse por las medios de comunicación a todo el mundo.
Algo que subyace en la filosofía de los Juegos en esta época moderna es la de su apolitización, estar abiertas a todas las naciones y ser un referente de los valores intrínsecos del deporte, entre los que se cuentan el compañerismo y la solidaridad. En nombre de esta última merece hacer un reclamo para que las Olimpiadas sean universales en el sentido que todas las personas gocen del derecho a participar y del de ser espectador de las mismas.
Conservar y actualizar el espíritu olímpico puede contemplar el procurar prescindir de lo que pueda dimanar de un sentido elitista, de modo que el gasto desproporcionado y la aparatosidad de los espectáculos colaterales no debería marcar diferencias innecesarias con lo que en muchas partes del mundo se pudiera considerar, de tan ostentoso, hiriente.
Aunque en la evolución de los Juegos se ha perdido el sentido plenamente deportivo del amateurismo por la profesionalidad del espectáculo, es bueno no perder la referencia de que las Olimpiadas son competiciones de deportistas y no de Estados, y por ello la acogida y difusión con el máximo respeto para todos los participantes forma parte del protocolo de organización, y desde esa mentalidad de debe facilitar que también la imagen de los Juegos sea para todos los espectadores referencia de una comedida sobriedad.
Considerar que las Olimpiadas tengan una difusión popular es facilitar mediante los precios y los protocolos de distribución de las entradas que cuantos ciudadanos del país organizador y su entorno estén interesados en seguir alguna prueba de modo presencial, les sea asequible. Organizar la financiación de modo elitista no es un acierto de los órganos competentes, y ello debería considerarse también en la adjudicación de las ciudades sede. Del mismo modo los ingresos que genera la difusión de la señal televisiva y de los demás medios debe procurarse que se adjudique de modo que llegue a todos los pueblos y hogares sin restricción económica.
Dado que la profesionalización del deporte mueve muchos intereses, esforzarse por la limpieza y transparencia debería animar a ser más contundente con el control de quienes hacen trampa mediante el dopaje. La contundencia que exige la mentalidad olímpica debería inducir al COI a ser más severos que otras instituciones deportivas, y así se debería prohibir a perpetuidad participar en los Juegos a quien le fuera detectado un positivo, porque, además del daño que el deportista se hace a sí mismo, supone un fraude para los millones de espectadores que exige, por respeto a los mismos, que esos ambiciosos no vuelvan a concursar en su presencia.
Algunos evalúan considerar que las Olimpiadas se superan función del glamour que las rodea. La mayoría, por el rigor de la organización y en la posibilidad de que todas las clases sociales puedan disfrutar del deporte y soñar con su superación poder algún día concurrir como participantes.