CAPITAL Y FINANZAS
La sociedad capitalista -con sus peculiaridades positivas y negativas- está basada en el trabajo personal, en la libre iniciativa, en la creatividad y en el riesgo del capital. De todas ellas hay dos que son fundamentales para iniciar todo negocio: La libre iniciativa y el capital; o sea, quien tenga un proyecto, original o imitado, en cuyo caso no es precisa la creatividad, y quien aporta el capital para que pueda constituirse y comenzar a funcionar. Si el emprendedor posee el capital, no tiene sino que asumir el riesgo; cuando no tenga capital habrá de encontrar un socio que lo aporte. Todo esto es así de preciso, y no hay otra manera de hacerlo con solvencia por más que se invoque reiterativamente la necesidad del crédito.
Promover una empresa es un riesgo personal o de grupo, pero no una obligación para el sistema financiero, porque su margen de riesgo tiene que estar limitado en función de las dependencias del dinero ajeno que negocia. Esta diferencia hace que sólo en el sistema financiero el capital-riesgo, que así contratan los clientes, pueda intervenir en financiar proyectos inéditos, por más que ellos se presenten muy prometedores.
Cuando los nuevos empresarios reclaman la necesidad de crédito circulante para disponer de recursos para acometer sus proyectos, se equivocan si piensan que la ayuda financiera le debe llagar de los bancos y no de sociedades de inversión, pues son éstas las especializadas en localizar inversores capitalistas capaces de discernir con quién y para qué proyectos se asocian.
La empresa capitalista no puede planificarse en base al crédito, sino en el capital. El crédito ordinario que ofrece el sistema financiero sólo puede sostener el ajuste coyuntural de financiación de una empresa sólidamente capitalizada, porque sin faltara esa solvencia ningún banco debería asumir la responsabilidad de arriesgar un crédito fuera de las garantías normales, que no son precisamente las de arriesgar los ahorros de terceros para favorecer la renovación de ideas.
Allá donde los Estados asuman compartir la iniciativa económica, podrán sus entidades financieras dirigir líneas de crédito para la creación de las nuevas empresas. Si el sistema establecido es el de libre mercado, la oportunidad financiera del Estado será siempre limitada, porque los principales recursos deben moverse libremente sin intervención pública para que el sistema funcione.
A veces los nuevos empresarios olvidan que su proyecto de empresa debe desarrollarse en un entorno competente de libertad de capital y mercado, y parece que, al menos en tiempos de crisis, reclaman iniciativas propias de la sociedad planificada. Si se quiere competir en una sociedad capitalista, se precisa el capital para capitanear una propia iniciativa, pues la alternativa será vender en el mercado la idea, si lo vale, y que sean los que posean recursos quienes la exploten.
Conviene recordar a los empresarios cuáles son las fuentes de capitalización, que son distintas de las de financiación coyuntural. También conviene recordar al sistema financiero que en su gestión deben prevalecer límites que garanticen la seguridad que se debe a los depósitos de los clientes. De la deficiente aplicación de fundamentos tan simples se pueden seguir crisis económicas mundiales, porque por la libre competencia se sigue con facilidad el error que distorsiona el mercado, ante la carencia de sistemas de regulación realmente eficaces, que cuando actúan, si actúan, suelen llegar cuando el mal ya está desencadenado.