COSTUMBRES BÁRBARAS
La sociedad cambia, y lo que se espera de ese cambio es que sea para mejor. Aveces a lo que se enfrenta la sociedad es saber ¿qué es lo mejor? La respuesta que puede ofrecer la Filosofía Social, desde su ámbito, es que lo mejor es lo que hace que se incrementen los esenciales valores sociales: La justicia, la libertad, la verdad, le identidad, la ética, la igualdad de oportunidades, el respeto, la solidaridad y la sostenibilidad.
Lo que más pesa sobre las sociedades para cambiar es la rémora de unas costumbres arraigadas en siglos pasados, cuando la vida social era fundamentalmente local, y el ocio y esparcimiento se basaban en gran manera en la exaltación de la fuerza, cuando no en la crueldad. Cierto es que desde la antigüedad han existido sociedades refinadas en el cultivo de las letras y las artes, cuya herencia favorece aún en nuestros días la cultura, pero junto a ellas, dado que una gran parte de la población era iletrada, los juegos de divertimientos con violencia se imponían como grandes atracciones de ferias y fiestas.
Se han mantenido hasta nuestros días muchas de esas tradiciones que han originado una controversia entre quienes exigen sostenerlas por sus connotaciones históricas, y quienes defienden que es tiempo de que la modernidad depure las costumbres que entran en colisión con los valores de la nueva estética social. Mientras en los países existió la primacía de las políticas autoritarias, el juicio sobre los límites de la tradición los definieron unos pocos, que prefirieron la política del consentimiento, favoreciendo en más o menos la difusión de esas tradiciones según los beneficios indirectos que les reportaban. Cuando en los países se va consolidando los principios democráticos, cada vez son más los que intentan imponer su voz para que se ajusten esas costumbres a las mentalidades y leyes que progresivamente delimitan el trato violento entre personas, contra animales y la degradación de la naturaleza.
Se opone con frecuencia el criterio de libertad, pero éste puede entenderse tanto como el libre ejercicio del criterio particular, como la interpretación liberalizadora de las opresiones de las viejas costumbres. Al defender todos en nombre de la libertad criterios tan encontrados, no cabe sino la pacífica confrontación en motivar una mayor implicación social para conseguir una mayoría política que se defina sobre la legitimidad y representatividad de esas costumbres, que algunos denuncian como reminiscencias bárbaras respecto a los cambios sociales y a la ética con que se quiere educar a las nuevas generaciones.