VIVIR LA VIDA
Realizarse en la vida es una de los objetivos teóricos para una parte de la población; otras personas ni siquiera se llegan a plantear un objeto o contenido a alcanzar, viviendo al son que los acontecimientos marcan y según las influencias que realmente dirigen sus actos. No obstante, el ser humano, por estar dotado de intelecto, posee el don de conocer y decidir sobre su vida, eligiendo aquellas actividades que su experiencia le presenta como las que más le recompensan. Lo que con frecuencia ocurre es que el hombre no se detiene a planificar qué es lo que más le interesa y qué tiene que hacer para conseguirlo. Es ahí donde la introspección ayuda a conocerse, a descubrir los propios intereses, a intuir la trascendencia de los actos, a rectificar y a verificar si realmente se posee una percepción de la vida capaz de ofrecerle la posibilidad de realización.
En la vida de todas las personas existe circunstancias determinantes e imponderables junto a las decisiones de propia voluntad. Las primeras corresponden a lo que la vida ofrece y las segundas lo que a partir de ese ofrecimiento se puede llegar a conseguir. Así la vida se puede decir que viene en parte determinada y en parte abierta a la decisión y elección. Es la gestión de esta última la que gratificará a la conciencia o transmitirá una amarga queja de insatisfacción. Muy posiblemente, la parte determinada por las circunstancias sea la que marque el efecto sobre la forma de vivir, pero la que genere la valoración a la conciencia del grado de realización personal sean sólo las libres resoluciones decididas, pues son las que contienen la responsabilidad específica de los seres humanos. No se debe entender que en la gestión de cualquier circunstancia acontecida no se proyecte la voluntad, sino que en las que vienen dadas la determinación propia es menor que cuando se configuran desde la creatividad individual.
La amplitud de posibilidades que ofrece la vida depende de las que se descubran como adecuadas a las capacidades personales y de la operatividad para realizarlas. El primer paso para descubrir qué puede la vida ofrecer precisa de tiempo de reflexión para no dejarse dominar por la cotidianidad de lo marcado; el segundo puede ser el análisis de cómo se es; el tercero, qué actitudes se tienen que aún no se han desarrollado; el cuarto, planificar cómo conseguir ejecutar esas actitudes; el quinto, cómo mejorar la perspectiva de realización en lo que se descubre que la vida ofrece de positivo aunque no se perciba compatible con las propias actitudes.
La materialidad del ser humano limita la realización de parte de sus fantasías, que a veces no se pueden abarcar por falta de medios, por falta de tiempo o por no poder acceder al espacio propicio. Tener fantasías ya es una forma de realizarse, quizá imperfecta, pero posiblemente más retributiva que no tenerlas. La dimensión espiritual del hombre también se complace en descubrir intelectualmente formas posibles de ser que amplíen el ámbito de su realización, porque desde esos imaginarios se logran interpretar más profundamente muchos aspectos de la vida que antes pasaban desapercibidos. De este modo no sólo la realización personal proviene de abarcar más quehaceres, sino también está en la profundidad con que se penetra la esencia de cada obra.
La verdadera percepción de la consideración de perfección que se haya alcanzado en vivir la vida es algo que queda relegado a cada conciencia. La imagen externa puede generar rasgos de evaluación, pero, como la conciencia interior es inaccesible, la verdadera dimensión de la realización permanecerá como un gran secreto personal, pues habrá quien habiendo abarcado mucho se sienta insatisfecho por las carencias; y otros de aparente vida nimia se sientan muy realizados por la intensidad puesta en esas cosas de aparente escasa trascendencia.