PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 68                                                                                        MAYO - JUNIO  2013
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INTUICIONES DESTRUCTIVAS

 
Puede parecer enigmático que haya actividades humanas que dañen el hábitat en el que se vive. Para remediarlo se debe empezar por distinguir los mecanismos internos del ser humano que le conduzcan a esas actitudes. Existen actos humanos que pueden involuntariamente generar accidentes, de modo parecido a como la naturaleza a veces aparentemente actúa contra su propia conservación, pero fuera de estos actos ejecutados sin propósito por los sujetos que los realizan se debería considerar los mecanismos por los que la razón autoriza a las personas a actuar de modo consciente contra el supuesto interés de la preservación de su entorno.
Al modo con que se entienda el proceso intelectual del actuar humano, se deberá ajustar la justificación de las causas que le induzcan a obrar mejor o peor, así como la exposición de las correcciones metodológicas a introducir en esos procedimientos para resultar más positivo. Todo ello gira en torno a que el hombre dispone de libertad en su solidaridad con la naturaleza, pues en el caso que su relación con la misma fuera determinada y no facultativa no cabría cuestionarse su responsabilidad, sino lamentarse de que esa determinación fuera tan deficiente al hacer del hombre un consciente cómplice de su necesario proceso de transformación. Desde la contemplación de la libertad humana como expresión de su creatividad, sólo puede admitirse una conciencia capaz de obrar siguiendo el bien concebido en su intelecto, por lo que de todos sus actos se debería lograr un progreso de beneficio del hábitat como medio para alcanzar un mejor fin propio. Cuando esto no es así, la filosofía social no debe limitarse a constatarlo, sino intentar averiguar como se genera el juicio que justifica ese obrar que estima en tan poco el fin social del entorno natural.
De igual modo que la ética filosófica enseña que el hombre siempre obra buscando el bien, pues al mal de por sí repudia a la conciencia, las intuiciones creativas siempre proponen al intelecto la realización de lo perfectivo, pues nada se intuye en detrimento propio sino para lograr un fin positivo. De toda buena intuición -como de la percepción natural- no se puede seguir el mal sino por una deficiencia de la aplicación intelectual al dejar de considerara posibles consecuencias de resultados afectados. Eso puede hacer que de una intuición correcta se sigan perjuicios no queridos pero responsables porque deberían haberse evaluado. No basta que una intuición se apruebe porque se valore positiva su aplicación en un entorno inmediato si, en cambio, su influencia tras el límite de ese entorno es claramente negativa; o se intuye también el modo de preservar hasta más allá su difusión, o deberá suspenderse en aras a condicionar el bien particular al bien general.
La aplicación de los actos humanos sobre el hábitat presentan un entorno de tiempo y un entorno de espacio sobre el que aparentemente se actúa, pero sus consecuencias pueden repercutir, tanto en el tiempo como en el espacio, sobre una entidad mucho mayor. Ignorar, intencionadamente o no, esos parámetros puede convertir las intuiciones creativas en destructivas si la aplicación de las mismas más allá del espacio y el tiempo considerados reportan un deficiente influjo sobre la estabilidad del sistema natural. Obsérvese que no es que la intuición en sí sea deficiente, lo que puede ser más fácilmente detectado por el entendimiento, sino que una creación como perfección sea un bien de progreso cuyo uso desmedido trastoque el fin positivo para el que la conciencia lo aprobó.
 

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